domingo, 29 de diciembre de 2019

Superando el bloqueo comunicacional capitalista – ideas, infraestructura, solidaridad



Jorge Capelán y Stephen Sefton, 28 de diciembre 2019
Tortilla con Sal.

Tanta confusión y mala fe prevalece en el actual caos de la información global que a veces parece imposible volver a lo básico. Sin embargo, algunos fundamentos nunca cambian y merecen una repetición constante. Sobre todo, la defensa antiimperialista del derecho al desarrollo de los pueblos del mundo mayoritario contra la embestida fascista del poder corporativo y político de Estados Unidos y Europa exige una férrea unidad por parte de los pueblos.

No hay una tercera vía en un conflicto global entre los derechos de los pueblos del mundo a la paz, la justicia y el bienestar y la avaricia militarista de las élites corporativas occidentales y sus aliados. La prueba de ácido de esto en América Latina es si las personas, organizaciones y movimientos que dicen estar comprometidos políticamente apoyan a Cuba, Nicaragua y Venezuela contra las sanciones y amenazas de agresión militar de EE.UU. Estamos en un contexto de guerra, ni es un contexto "normal" ni de relativa “paz”.


El imperio no solo plantea ideas contrarias a la liberación de nuestros pueblos, sino que además abiertamente les ha declarado la guerra en todos los planos. Debemos de estar claros de que el imperio (las élites de poder del complejo financiero, económico y militar euro-estadounidense) no solo es opuesto a nuestros planteamientos. Es que no desea que estos planteamientos existan y busca aniquilarlos por medio de la denominada "dominación de espectro completo" (militar, económico-fianciero, tecnológico, cultural, etcétera).

La situación de la guerra mediática y cultural hoy en día tiene similitudes con la que prevalecía durante la guerra fría. Entonces el mundo había sido dividido por Occidente entre uno y otro lado de la "cortina de acero". Esta situación la vemos cada vez más claramente hoy en día, pero no como contradicción entre capitalismo y socialismo sino como la contradicción entre el imaginario de una civilización occidental y el imaginario de la amenaza de una o más barbaries, especialmente representadas por China, Rusia, Irán y los países del ALBA, entre otros. En síntesis, la guerra mediático-cultural hoy en día está planteada en los términos de la hegemonía del totalitarismo occidental-capitalista en crisis terminal amenazada por el surgimiento de un nuevo orden mundial multipolar mucho más democrático.

Un diagnóstico bien conocido

La clave del ataque de los Estados Unidos y la Unión Europea contra el mundo mayoritario es su control de los medios digitales globales, especialmente a través de los monopolios multinacionales, como Google, Facebook, Instagram y Twitter. Pero los medios más tradicionales, también muy concentrados en un puñado de corporaciones globales, siguen jugando un papel clave. Por ejemplo, agencias de noticias bien establecidas como Reuters, Associated Press, EFE o Agence France Press o medios de comunicación inmerecidamente prestigiosos como el New York Times, el Washington Post, Le Monde, Die Welt, El País, The Guardian, La Stampa y otros.


En los últimos 20 años, esa red de medios de comunicación capitalistas, fuertemente controlada, se ha visto reforzada por medios de comunicación, mal llamados alternativos, financiados principalmente de una forma u otra por intereses corporativos para servir tanto como guardianes de noticias permitidas como saboteadores de la desinformación. Todas estas noticias y medios de desinformación alimentan la falsa creencia de que Norteamérica y Europa son bastiones de la libertad de expresión. De hecho, tanto los medios principales como los alternativos en los Estados Unidos y Europa aplican una fuerte censura especialmente a las noticias mundiales pero también cada vez más a las noticias nacionales de su propios países.

Un componente adicional que refuerza esta censura ha sido la cooptación gubernamental y corporativa de las organizaciones no gubernamentales, especialmente en relación con los derechos humanos y el medio ambiente. Las ONG financiadas por empresas y gobiernos actúan dentro del sistema de gobernanza internacional de la ONU sirviendo tanto a los objetivos políticos a corto plazo como a la agenda ideológica a largo plazo de las élites corporativas de Estados Unidos y Europa. Es aquí donde la discusión de lo que constituye el periodismo y los procesos informativos de todo tipo se vuelve crucial. Los medios de comunicación del mundo mayoritario, como RT de Rusia, Press TV de Irán y Telesur de Venezuela, son persistentemente reprimidos y atacados por los gobiernos occidentales que dicen defender la libertad de expresión.

De hecho, esos medios de comunicación que son blanco de ataques de la maquinaria estatal y mediática occidental generalmente informan más rigurosamente que sus contrapartes norteamericanas y europeas. Por el contrario, los gobiernos y los medios de comunicación occidentales dan vía libre a la desinformación manifiestamente deshonesta de instituciones como las misiones de observadores electorales de la Organización de Estados Americanos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos o las cínicamente deshonestas ONG como Amnistía Internacional, Human Rights Watch o Global Witness, entre muchas otras.

Todo esto, la supresión de otras maneras de pensar, y la promoción sistemática de burdas falsedades, son la expresión del ambiente actual de "Guerra Fría" (que no es para nada fría, habría que buscar un término más adecuado para describir lo que sucede hoy en día). Se ve también en la manera cómo se criminalizan los medios no-occidentales, especialmente RT, teleSUR, HispanTV y otros. Con total descaro e impunidad se persigue a sus periodistas, los gobiernos y medios occidentales falsamente les acusa de "injerencismo", "propaganda", "desestabilización" y hasta "rebelión".

Sin embargo, precisamente esa es la práctica diaria del complejo de los gobiernos y medios occidentales y de las ONG que manipulan tan hábilmente su falso estatus de representantes de la sociedad civil. Desde siempre, de manera rutinaria, todos ellos y ellas han practicado esas artes oscuras contra cualquier gobierno o movimiento que no sea de su agrado. Por otra parte, la actividad de los ciudadanos en el ciberespacio es rutinariamente monitoreada, perseguida y judicializada por los Estados de las potencias occidentales y por los monopolios corporativos occidentales que controlan los flujos de la información en la Internet. Se trata de dos dimensiones de la misma guerra del imperio contra los pueblos que se reflejan en los diferentes aspectos de la información y su comunicación.

Información e infraestructura de comunicación

Las normas para recopilar y presentar la información son tan bien establecidas que parece redundante afirmar lo que son. Pero es esencial hacerlo con insistencia porque los medios de comunicación, las ONG y las instituciones públicas controladas por las élites norteamericanas y europeas han degradado y prácticamente abandonado las normas fundamentales de la presentación honesta y concienzuda de la información. Las normas de la presentación de la información en el Occidental se remontan al historiador griego Heródoto y se han desarrollado desde entonces con criterios extremadamente claros.


Un informe fidedigno debe basarse en material de clara procedencia, abierta a la valoración, ya sea el testimonio de testigos de primera mano, la documentación con esa misma procedencia clara, los registros oficiales de todo tipo y otras pruebas forenses o científicas similares. Pero eso es solo el punto de partida. Sobre la base de ese material, los autores de un informe genuinamente riguroso comparan y contrastan todas las pruebas disponibles y explican por qué, a partir de esas fuentes, lleguen a las conclusiones que formulan en su informe.

Nada de eso ocurre en la gran mayoría de los reportajes contemporáneos de cualquier tipo en los medios de comunicación norteamericanos y europeos, en las ONG o en las instituciones de gobernanza internacional fuertemente politizadas y dominadas por Occidente. Ejemplos recientes y obvios de esta realidad son los falsos informes sobre el supuesto ataque químico en Douma, Siria, o el grotesco asesinato mediático de Julian Assange o las descaradas mentiras publicadas sobre Cuba, Venezuela y Nicaragua. Durante décadas, los medios de comunicación, las ONG y las instituciones norteamericanas y europeas han excluido de forma muy deliberada cualquier testimonio de testigos presenciales y pruebas documentales o científicas que contradigan su línea de propaganda.

Esa normalidad funciona para generar en las y los consumidores de esa información creencias completamente dementes que con el tiempo llegan a constituir memorias o recuerdos totalmente falsos. Para proteger esa mendacidad sistémica y nutrir la demencia que resulta de ella, las autoridades norteamericanas y europeas y sus aliados regionales acusan cínicamente a medios de comunicación como RT, Telesur o Press TV, entre muchas otras fuentes de información genuina, de ser medios de propaganda o hasta del terrorismo, cuando en realidad todo el periodismo y gran parte de sus fuentes de información ahora son propaganda o contrapropaganda.


La maquinaria occidental de falsas creencias y falsos recuerdos se basa en el corrupto papel informativo de los medios de comunicación, en las ONG y en las instituciones académicas occidentales y su ósmosis simbiótica con la industria del entretenimiento norteamericana y europea. Las falsas creencias y los recuerdos artificiales se alimentan de las suposiciones generadas por la producción cultural occidental, incluyendo películas, programas de televisión, libros y revistas y medios audiovisuales como videojuegos, y a su vez generan una nueva retroalimentación de memes bien diseñados e imágenes cuidadosamente confeccionadas.

En la medida que lo digital conquista los flujos de informaciones e ideas en el mundo, la infraestructura física por la que estas informaciones e ideas se transmiten deja de ser neutral y pasa a ser un medio social altamente monopolizado: la Internet. Países como China pueden darse el lujo de tener una Internet nacional, mientras que otros como Rusia tienen una infraestructura tecnológica que les permite plantar cara de manera significativa ante los ataques del imperio. Pero en nuestros países de América Latina estamos totalmente sometidos al control comunicacional de los Estados Unidos. Para ello basta con ver el mapa global de los cables de fibra óptica: Todas las llamadas telefónicas y todas las conexiones informáticas entre cualquiera de nuestros países pasan primero por Miami y son controladas por la NSA.

Si el soporte físico de las telecomunicaciones está en manos del imperio, esto es casi igualmente cierto en lo que respecta a su soporte lógico, es decir, en las aplicaciones utilizadas para la comunicación: Las redes sociales hegemónicas, las diversas plataformas de publicación de contenidos, las aplicaciones de uso masivo, las bases de datos en las que es alojada la información, etcétera, están en su inmensa mayoría bajo control occidental. Es cierto que existe un vigoroso movimiento de software libre (que, contradictoriamente, en parte expresa una resistencia popular a la hegemonía imperial y en parte también es una necesidad para el funcionamiento del capitalismo y de la propia hegemonía de Occidente). Sin embargo, este movimiento está destinado a seguir jugando un rol subordinado a menos que nuestros pueblos lo respalden con más fuerza políticamente.

El control occidental sobre el soporte físico y lógico por el que circula la información le permite a las élites de poder occidentales, no solo difundir su propaganda a nivel global, sino también ser el árbitro del "debate global" y el espía global sin par. El imperio no solamente tiene el poder de difundir su mensaje, sino también el de mantener las opiniones cuidadosamente aisladas y compartimentadas de manera que se impide el menor daño posible a sus intereses y a la vez también tener el poder de utilizar esas mismas opiniones como fuente de inteligencia con fines político-militares.

¿Y entonces qué?


Este diagnóstico muy bien documentado y conocido evidentemente tiene fuertes implicaciones para los medios de comunicación del mundo mayoritario antiimperialista y sus aliados en los Estados Unidos y Europa. Los principales elementos de esa respuesta fueron articulados durante tres días en diciembre 2019durante el Congreso Internacional de Comunicaciones en Venezuela. El Congreso identificó las necesidades claves, incluyendo una estructura de coordinación derivada de y vinculada al Foro de Sao Paulo para "articular una Red Internacional de Redes de Comunicación constituida por todos los delegados, así como por todos los partidos políticos, movimientos sociales y organizaciones del Poder Popular presentes en este Congreso". Esta red debe mejorar y facilitar el creativo intercambio de noticias e información entre todos los tipos de medios de comunicación regionales antiimperialistas.

Además, en la sesión final del Congreso, el Presidente Nicolás Maduro anunció la creación formal de una Universidad Internacional de la Comunicación como plataforma para promover una comunidad de conocimiento e información a través de la formación, la investigación y la elaboración de materiales al servicio de la emancipación y la liberación de los pueblos de la región. El Congreso prevé el diseño de campañas de comunicación basadas en todos los encuentros y congresos del Foro de Sao Paulo para sortear y superar el bloqueo de los medios de comunicación occidentales. Una tarea fundamental es hacer un censo de todos los medios de comunicación antiimperialistas de la región que apoyan esta iniciativa, en parte para identificar las fortalezas y debilidades, pero también para optimizar la interacción entre todos estos medios y comunicadores tan diversos.


Dentro de ese proceso, nuestra experiencia en Nicaragua, tanto en general durante las últimas tres décadas como más específicamente desde el fallido intento de golpe de Estado de 2018, nos lleva a destacar la importancia de no permitir que el enemigo dicte la agenda mediática. Así que no es suficiente señalar de manera critica las deliberadas fallas a propósito de la cobertura informativa del enemigo por parte de los medios de comunicación y ONG imperialistas. Habrá que exponer y demostrar su corrupción y mala fe practicando una cobertura veraz y sincera con un escrupuloso cuidado en relación con las fuentes, la procedencia del material documental y audiovisual y la valoración de los recursos técnicos o científicos que lo acompaña. Debemos tratar de aprender del apoyo bolivariano en Venezuela a las redes de noticias locales de base y su articulación con los medios de comunicación e información regionales, especialmente entre las y los comunicadores jóvenes.

Al responder al fallido intento de golpe de estado aquí en Nicaragua, creamos redes de información enfocadas en tareas con el propósito de definir, entre otros quehaceres, qué noticias priorizar para compartir, cómo abordar de la manera más eficiente y eficaz las mentiras de los medios antigubernamentales, qué material traducir y cómo distribuir la carga de ese trabajo, qué reportajes directos hacer, qué investigaciones se necesita echar a andar. Aprender de ésta y otra experiencias exitosas de resistencia, como la de Venezuela durante los repetidos sabotajes de su capcidad de geenración de energía eléctrica también es esencial. Compartir estas y otras experiencias, de nuestros pueblos de manera efectiva y adaptarlas eficientemente a los diferentes contextos nacionales nuestros será indispensable para mejorar las habilidades, los conocimientos y la visión de los trabajadores de los medios de comunicación antiimperialistas.

También será fundamental para cualquier implementación exitosa del seguimiento del Congreso Internacional de Comunicaciones la genuina humildad intelectual necesaria para construir la unidad dentro de la diversidad entre los pueblos que están siendo atacados por los Estados Unidos y la Unión Europea. México, Centroamérica y el Caribe, América del Sur, todos tenemos experiencias nacionales e históricas muy diferentes y específicas derivadas de una historia compartida de intervenciones del imperialismo genocida y del sádico y despiadado neocolonialismo. Por otro lado, es importante intentar entender las diferentes maneras en que los procesos revolucionarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela las han enfrentado.

Como dijo el Presidente Comandante Daniel Ortega en 2013: "Hay diversidad en los tiempos que lleva cada proceso, en las condiciones en que se ajusta cada proceso". Para trabajar juntos con éxito, los trabajadores de los medios de comunicación y los comunicadores deben de ser especialmente sensibles y estar alertas ante esa realidad. En el entorno mediático global contemporáneo, el marketing capitalista corporativo prácticamente se ha tragado la credibilidad convencional del periodismo y otros procesos de comunicación de información de todo tipo.

La respuesta antiimperialista debe reflejar los dos aspectos fundamentales del despliegue político- militar comunicacional del imperio. Por un lado, habrá que crear y consolidar medios de comunicación solidarios, comprometidos con la honestidad y la sinceridad, centrados en los derechos y las necesidades de la persona humana e inquebrantablemente unidos en apoyo a los diversos procesos revolucionarios de la región. Por otro lado, nuestros pueblos deben por todos los medios desarrollar sus capacidades con relación al soporte físico y al soporte lógico de las comunicaciones.

Se trata no solamente de ganar en cuanto a las ideas, sino también de desarrollar nuestras capacidades de hardware y software, así como de conocer las tecnologías por medio de las cuales circulan esas ideas. No puede haber una política de democratización del acceso a las telecomunicaciones que no involucre al mismo tiempo campañas masivas de educación y concientización sobre el funcionamiento de los medios digitales. El militante político-social debe tender a extenderse hacia cada ciudadano o ciudadana que reclama los derechos de su pueblo frente a la agresión imperialista de Estados Unidos y Europa.

Versión en inglés.