martes, 22 de marzo de 2022

Lo que ambiciona Estados Unidos es conquistar Rusia




Por Miguel Necoechea.

El conflicto bélico en Ucrania puede ser la chispa de lo que ya algunos llaman la Tercera Guerra Mundial. Pero esta no es una guerra nueva, es una prolongación de la Segunda Guerra Mundial, que dicho sea de paso, no fue la misma para todos los que intervinieron en ella. La guerra para los rusos fue muy diferente que la guerra para los estadounidenses.

Para Rusia la guerra fue una experiencia muy dolorosa, de destrucción y sufrimiento sin igual. La invasión de los nazis fue extremadamente feroz, impulsada por una ideología racista de desprecio a los eslavos, odio a los judíos bolcheviques. Alrededor de 27 millones de rusos perecieron, una tercera parte de ellos eran civiles. No obstante la enorme cantidad de perdidas humanas, el Ejército Rojo hizo retroceder a los conquistadores que ya tenían bajo su dominio casi toda Europa. El gigantesca batalla para expulsar a los invasores de su territorio es conocida para los rusos como la Gran Guerra Patria, que promovió un orgullo patrio que contribuyo a resarcir el dolor por el que habían atravesado. El horror y crueldad de la guerra dejó en la población una marca indeleble que inspiró en ellos un genuino y verdadero deseo por la paz.

Para los Estados Unidos de Norteamérica la Segunda Guerra Mundial sucedió lejos, muy lejos de su territorio. Eso hace una gran diferencia. La guerra permitió a e ese país emerger de ella como una gran potencia, de hecho, como dicen ellos: “el país más rico y poderoso de la tierra”. A las siguientes generaciones se les inculcó la máxima de nunca negociar, mucho menos prevenir una guerra y, ya en ella, prolongarla hasta el infinito. La rendición total del enemigo es el American way de dominar el mundo. “La intransigencia es una virtud; es la conducta adecuada en la batalla del Bien contra el Mal” (Good vs Evil), escribe la autora y ex europarlamentaria Diana Johmstone.

El boom que detonó la economía de guerra sacó a los yanquis de la depresión económica. La militarización de la economía dio origen a lo que Eisenhower llamó el Complejo Militar Industrial. Para lograr que el Congreso autorizará millones de millones de dólares al Pentágono, para que éste, a su vez, otorgara jugosos contratos a la industria armamentista y, ésta reportará enormes guanacias a los accionistas de Wall Street, era indispensable tener un nuevo enemigo a quien hacerle la guerra. El miedo propagado por la propaganda contra el comunismo -el mismo que contribuyó a crear el terror al nazismo hitleriano y fascismo de Mussolini- fue el que alimento la gran farsa.

Después de 1945, para la Unión Soviética la guerra había terminado. Para los Estados Unidos de Norteamérica, no. Para los líderes estadounidenses, lo que bautizaron como la “Guerra Fría”, era simplemente una continuación de la Segunda Guerra. Este concepto - Guerra Fría - se basaba en la falaz teoría de que detrás de la “Cortina de Hiero”, como los yanquis la bautizaron, más que una línea de defensa de la Unión Soviética, lo que había en realidad era una amenaza militar a EE.UU. y el resto de Europa.

Al final de la guerra la principal preocupación para Iósif Stalin era prevenir a toda costa que una nueva invasión como la habían sufrido a manos de las hordas hitlerianas no se volviera a repetir jamás. Contrariamente a la percepción que se tenía en Europa del Oeste y los EE.UU., la incorporación de los países de Europa Oriental, que se fueron anexando a la URSS conforme el Ejercito Rojo los iba liberando del nazismo en su avance victorioso hasta llegar a Berlín, no era solo para crear una zona de protección geoestratégica ante otro intento de invadir a la URSS, sino que también se trataba de reconstruir los devastados países europeos del este, estableciendo un sistema económico que tuviera como principal objetivo el bienestar de la gente, lo que hacía indispensable derrotar a los capitalistas burgueses que detentaban el poder, el dinero y la hegemonía ideológica violentamente contraria al proletariado.

Para la Organización del Tratado del Atlántico del Norte -OTAN-, formada en 1945 y para los Estados Unidos, que estaba dedicado a rearmar a la Alemania post hitleriana, la guerra estaba lejos de haber concluido. La lasitud de la supuesta “desnazificación” del sector de la Alemania ocupada por los aliados -Inglaterra, Francia y Estados Unidos- estuvo acompañada de una muy bien organizada sangría de ilustres científicos hasta connotados espías, delatores y asesinos de las SS, que le fueran de utilidad al gobierno norteamericano.

A lo largo de la Guerra Fría los EE.UU. dedicaron el dinero, en los millones de millones de dólares, a la cínica construcción de un gigantesco arsenal de armas de destrucción masiva. Pero el mayor logro del imperialismo norteamericano ha sido diseminar su imagen e ideología principalmente en Europa y América Latina. El dominio norteamericano de la industria del entretenimiento ha sembrado su muy particular mezcla de auto condescendencia y doble moral por todo el mundo, especialmente entre la juventud. La industria cinematográfica de Hollywood ha convencido al mundo occidental de que la Segunda Guerra Mundial la ganó principalmente el ejército de EE.UU. y los aliados durante la invasión a Normandía.

Pero para que el celebrado desembarco tuviera éxito, Stalin ordenó a su Estado Mayor una contra ofensiva masiva del Ejercito Rojo que iba obligando al ejército alemán a retroceder en su avance. Esta contra ofensiva, jugada estratégica de Stalin, obligó a Hitler y sus generales a enviar a un gran número de sus tropas, incluyendo buena parte de las que estaban acantonadas en Normandía, en dirección al este para detener el avance del Ejército Rojo. Cuando EE.UU. y los aliados desembarcaron en Normandía la resistencia del diezmado ejercito alemán fue endeble. No obstante, como ya dijimos, los norteamericanos y los ingleses se vanaglorian de que, gracias a su desembarco en la playa de Normandía, Hitler fue derrotado y fueron ellos los que ganaron la guerra.

América, como se auto llaman los estadounidenses y por ende así le llaman los europeos, se ha vendido como la principal fuerza del Bien y el único lugar en el planeta en el que vale la pena vivir. Mientras que ha vendido la imagen que la URSS -hoy Federación Rusa- es un país aburrido, gris, siniestro.

Debe ser motivo de severa critica revolucionaria aceptar que aún en la URSS la campaña ideológica del imperialismo norteamericano caló fuerte en algunos sectores. Incluso algunos de los “neo colonizados” por la ideología capitalista expusieron que “eran buenas personas y querían ser amigos de Occidente.

Mikhail Gorbachov, en su exasperante ingenuidad, fue susceptible a este obtuso optimismo. Podemos afirmar que fue la elite soviética la que provocó la caída de la Unión Soviética y no las masas hartas del socialismo como nos han querido hacer creer los estadounidense y los europeos del oeste. ¿Y que sucedió? Lo que fue la URSS, un país con enormes recursos, un enorme poderío nuclear y veto en la ONU quedo en manos de Boris Yeltsin, un político de caricatura, estupidizado por el alcohol, que abrió el país a la avasalladora depredación del capitalismo salvaje.

Todos estos lamentables sucesos evidenciaron que el “miedo al comunismo” inculcado por los norteamericanos a su pueblo y a la mayoría de los países del mundo, era una gran mentira, una farsa perpetrada para obligar a los gobiernos de los países de Occidente a armarse hasta los dientes.

Pero el complejo militar industrial no solo puede vivir produciendo armas y más armas; las tiene que vender y para que se las compren el imperialismo tiene que provocar guerras en todo el mundo: Corea, Vietnam, invasión a Cuba, Golpe de estado en Irán, guerra contra Nicaragua, Invasión a Granada, a Panamá, a Afganistán, Irak, Libia, Siria, Líbano, por nombrar las más notorias.

Con la desaparición de la URSS, desapareció el Pacto de Varsovia, por lo tanto ya no era necesaria la existencia de la OTAN. Pero en 1999 la OTAN celebró sus 50 años de existencia bombardeando a Yugoslavia, un país no alineado, sin justificación alguna ni autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. A partir de ese momento se transformó de una fuerza militar defensiva en una alianza militar agresiva.

De igual manera durante los años 90, violando la promesa que le hiciera George H.W. Bush al confiado Gorbachov de que la Alianza Atlántica no se movería ni un milímetro hacia el este de Europa, la OTAN en 1999 dio la bienvenida como nuevos miembros de la Alianza a Polonia, Hungría y la República Checa. Cinco años después, en 2004, se incorporaron Rumanía, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Lituania, Letonia y Estonia.

Vladimir Putin, ex oficial de la KGB en la Republica Democrática Alemana, sucedió a Yeltsin. El presidente Putin sacó del desastre en el que Yeltsin había dejado a Rusia al aceptar sin reservas las políticas económicas neoliberales que le impuso Estados Unidos, a través del FMI y el Banco Mundial.

El presidente Putin puso de inmediato un alto a los escandalosos saqueos de los bienes de la nación, por parte de los oligarcas surgidos al amparo del impresentable Boris Yeltsin, quienes en el colmo de la ira, manipularon y utilizaron sus aprietos con la justicia rusa - estaban indiciados por malversación, lavado de dinero, transferencias ilícitas a paraísos fiscales y demás barbaridades- como excusa para acusar de persecución al presidente Putin ante los “líderes” del mundo libre.

En febrero 11 de 2007 en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el presidente Putin en un desafió sin precedentes denunció el “mundo unipolar que había impuesto Estados Unidos de Norteamérica” y expresó de manera enfática que su país estaba en la mejor disposición de “interactuar con socios (países) responsables e independientes, con quienes se pudiera trabajar en la construcción de un nuevo orden mundial justo y democrático, que asegurara la seguridad y prosperidad, no solo de un grupo selecto de países, sino de todos”.

¿Cuál fue la respuesta de los Estados Unidos y la Unión Europea? Indignación, rechazo, y 15 años de campañas mediáticas personificando a Vladimir Putin como una creación del mismísimo demonio. No es falso decir que a partir del discurso del presidente Putin en Múnich, no ha habido límites de los medios de comunicación de los llamados países de Occidente (excluyámonos nosotros los latinoamericanos de ese nefasto grupo) en cuanto a insultos y mentiras dirigidas a Rusia y a su presidente.

No obstante el llamado del presidente Putin a la concordia, la OTAN a continuado su expansión hacia el este, al extremo de llevar a cabo masivos ejercicios militares por tierra, mar y aire a unos pocos kilómetros de la frontera rusa.

El cerco sobre Rusia dio un salto cualitativo en 2014 cuando Estados Unidos cooptó Ucrania. El presidente electo Víctor Yanukovich fue defenestrado un día después que aceptó ante líderes europeos adelantar las elecciones presidenciales. El golpe de Estado contra el presidente contó con el beneplácito de Barak Obama y su vicepresidente Joe Biden. Victoria Nuland -una mujer fascista en espíritu y corazón- subsecretaria de Estado para Europa, fue la encargada de operar el golpe de Estado. Utilizando como pretexto la negativa del presidente Yanukovich a aceptar los duros términos que le imponían a su país para ingresar a la Unión Europea, Nuland promovió una campaña para incitar, a través de las redes sociales, a los ucranianos pro europeos a la rebelión; se jactó de que su gobierno había invertido 5 mil millones de dólares para que Ucrania ingresara a la UE; visitó y repartió donas de chocolate a los manipulados inconformes apostados en la plaza Maidán; promovió e instó a los grupos nazis a dirigir militarmente a sus huestes para derrocar al presidente Yanukovich; ella y el embajador estadounidense Geoffrey Pyatt se encargaron de encumbrar al primer ministro

Arseni Yatseniuk al momento en que se daba el golpe de Estado. Y el vicepresidente Joe Biden (hoy presidente d EE.UU.) estuvo directamente involucrado en la reorganización del gabinete de Kiev, ya que a su hijo, Hunter Biden, se le otorgó un puesto remunerado en los cientos de miles de dólares en la compañía de gas ucraniana Barisma.

El vehemente contenido anti-ruso del cambio de régimen provocó una dura resistencia en la región del sureste del país, habitada mayoritariamente por mujeres y hombres de descendencia rusa. Ocho días después que más de 40 ucranianos de habla rusa del sureste, que se manifestaban contra el golpe de Estado al presidente legítimo Yanukovich, fueran quemados vivos en la sede del un edificio sindical en Odesa por secuaces del Batallón Azov y el nazista grupo Sector Derecho, las provincias de Lugansk y Donetsk desconocieron al gobierno de Kiev y se proclamaron independientes como una forma de resistencia al golpe. En respuesta el régimen instalado por Estados Unidos en Kiev declaró la guerra contra las provincias independentistas que ha durado 8 años y a cobrado más de 14 mil vidas.

Por esos días se llevó a cabo un referéndum en la provincia de Crimea en el la inmensa mayoría votó por regresar a formar parte de Rusia (En 1954 Nikita Khrushchev había cedido Crimea a la entonces Republica Socialista de Ucrania. La población de esa península nunca aprobó lo hecho por Khrushchev) Está decisión de los habitantes de Crimea permitió a Rusia preservar para sí la base naval de Sebastopol amenazada por la OTAN para su anexión.

Como es sabido, Rusia continuo alertando a la OTAN que su ilegal y agresivo crecimiento hacia el este, bajo ningún concepto debería incluir a Ucrania. Los europeos se lavara ron las manos asegurando que de suceder, no sería de inmediato. Pero el 1 de septiembre de 2021, Ucrania fue adoptada por la Casa Blanca por su posición geoestratégica única.

Como consecuencia de la adopción, la Casa Blanca emitió una Declaración Conjunta sobre la Asociación Estratégica entre EE. UU. y Ucrania. Ésta establecía en sus primeras líneas que “el éxito de Ucrania es fundamental para la lucha global entre la democracia

y la autocracia”: la nueva dualidad ideológica con la que Washington reemplazó a la añeja disputa entre el mundo libre versus el comunismo. “En el siglo XXI, - continuo afirmando el texto de la Declaración Conjunta - no se puede permitir que las naciones vuelvan a trazar las fronteras por la fuerza. Rusia violó esta regla básica en Ucrania […] Estados Unidos apoya a Ucrania y continuará trabajando para que Rusia rinda cuentas por su agresión. El apoyo de Estados Unidos a la soberanía e integridad territorial de Ucrania es inquebrantable”.

La Declaración también afirmó categóricamente que la guerra de Kiev contra la región de Donbás era el resultado de la “agresión rusa”. Y agregó en forma belicosa: “Estados Unidos no reconoce y nunca reconocerá la s anexión de Crimea por parte de Rusia…”. La Declaración concluyó con la promesa estadounidense de fortalecer militarmente a Ucrania en su afán de recuperar la región de Donbás y Crimea.

Vladimir Putin anunció al mundo el 24 de febrero de 2022 que la operación militar especial en el territorio de Ucrania era impostergable para detener el genocidio en Lugansk y Donetsk. Comunicó también que la operación militar tenía el objetivo desmilitarizar y desnazificar a Ucrania. Para sorpresa del presidente ruso esta parte de sus objetivos tuvo una recepción de indiferencia en los países occidentales. Para la autora y ex europarlamentaria Diana Johnstone, “el concepto nazismo no tiene el mismo significado en occidente que en oriente. En los países occidentales, señaladamente Estado Unidos y Alemania, el nazismo tiene una connotación anti-semita. Éste se ejerce contra los judíos, gitanos, negros y otras minorías étnicas.

Pero para los nazis ucranianos el racismo se aplica a los rusos. El racismo nazi del Batallón Azov -al que el presidente títere y además judío, Vladimir Zelenzky incorporó a las fuerzas de seguridad del Estado, y que es armado y entrenado por estadounidenses y británicos -“trae a la memoria el racismo de los nazis alemanes: los rusos son una raza mestiza, producto de una mezcla entre eslavos y asiáticos, debido a la conquista de los mongoles en el Medioevo. Mientras que los ucranianos se ufanan de ser europeos blancos, arios puros”.

Desde 2014 Estados Unidos y Gran Bretaña han transformado secretamente a Ucrania en brazo auxiliar de la OTAN. La utilizan como campo de experimentación para hacer la guerra militar y psicológica contra Rusia. Para el liderazgo ruso esta situación no es novedad. Ya lo aseguro Alexander Bortnikov, jefe de la Servicio Federal de Seguridad -FSB- cuando declaró que lo que Estados Unidos y sus aliados pretenden es tomar por asalto el territorio de la Federación Rusa y conquistarlo de extremo a extremo ¿Porqué? ¿Qué es lo que quieren los imperialistas en ese país? Simple. Rusia es el país más extenso del mundo, con un territorio equivalente a más de una novena parte de la tierra firme del planeta. También es el que tiene la frontera más extensa y el que limita con el mayor número de países —un total de dieciséis teniendo en cuenta sus aguas territoriales—. Es la sexta economía mundial en consonancia de poder adquisitivo y el cuarto en gasto militar. Su riqueza proviene en gran parte de la vasta reserva de recursos energéticos y minerales que posee, ésta la ha permitido construir el segundo ejército más poderoso del mundo y convertirse en una de las cinco potencias nucleares con alcance global. Moscú cuenta, además, con el mayor arsenal nuclear del mundo. Según Allen Dulles, ex director de la CIA en épocas de la Guerra Fría: “quién domine Rusia domina el mundo”. Desde entonces el imperialismo norteamericano no ha logrado sobreponerse a su obsesión de conquistar ese enorme país.

Para los líderes rusos, la operación militar especial en Ucrania tiene como objetivo ulterior evitar la invasión de Estados Unidos y sus aliados de Europa que se cierne sobre su territorio.