jueves, 22 de septiembre de 2022

Las amenazas de Occidente a los pueblos del Abya Yala en tiempos de multipolaridad


 

Por Jorge Capelán, Visión Sandinista.

Estamos viviendo tiempos verdaderamente históricos en el mundo: Los tiempos del derrumbe del imperio más grande que haya conocido la humanidad. Occidente (Estados Unidos, Europa y algunos aliados más) todavía posee un poder considerable, pero en la práctica el mundo en muchos aspectos ya es multipolar. ¿Qué retos supone esta situación para nuestros pueblos del Abya Yala?

Los signos del fin de la unipolaridad que impuso Occidente tras el colapso de la Unión Soviética en 1990 hoy se hacen evidentes en el fracaso rotundo de las sanciones contra Rusia a raíz de la guerra de Ucrania, en el empuje cada vez mayor de los BRICS, en el desarrollo de China, etcétera.

Lo que en realidad se está viniendo abajo no es solamente el imperio estadounidense, sino también toda la civilización construida a raíz de la colonización europea del mundo.

Ante la pérdida de su hegemonía, la élite de la élite en Occidente busca algún tipo de escape que le permita mantener sus privilegios, los del 0.00001% de la población mundial. La agenda es fácil de ver para todo aquel que quiera leer las publicaciones del Foro Económico Mundial y sepa ver los elementos comunes de las dispares declaraciones de los dirigentes políticos estadounidenses, sean estos demócratas o “trumpistas”: Neutralizar a China y Rusia, garantizar que Europa jamás llegue a ser un competidor serio y destruir a todo estado soberano para imponer la dictadura directa de sus multinacionales sobre todo lo vivo en la tierra.

El capitalismo en la actualidad, dejado a merced de los grandes monopolios financierizados que lo controlan, no es capaz de producir otra cosa que especulación, aún mayor concentración de la riqueza y, claro está, guerras. La tendencia a la baja de la tasa de ganancia del capital no motiva a esos monopolios a invertir productivamente.

Solo Estados con políticas de desarrollo a mediano y largo plazo son capaces de obligar al capital a producir, o de democratizar la propiedad, de modo que se desarrolle la economía real que produce verdaderos bienes y servicios tangibles y no meras marcas o productos de mercadotecnia.

Lo que las élites occidentales buscan es “reamueblar” el mundo de acuerdo a sus intereses microscópicamente minoritarios, y para lograrlo necesitan destruir la capacidad de los pueblos de decidir sobre sus destinos. Pretenden deshacerse de la mayor parte de la humanidad, que según ellos consume demasiados recursos, y dejar a la Tierra como un coto privado de caza de los superricos. Algunos sueñan con enviar colonos a conquistar otros planetas mientras que otros desean cargar sus mentes y sus almas en algún servidor de Internet y así vivir eternamente.

En nombre de un modernismo materialista, las élites occidentales quieren destruir todo lo alcanzado por la humanidad y reemplazarlo por su visión de “progreso”, muy alejada de los seres humanos y sus necesidades, pero muy cercana a los mecanismos de las máquinas.

Más allá de la destrucción de las soberanías estatales, lo que la agenda imperial busca es destruir las soberanías culturales y sociales, así como la subjetividad de las personas. Quieren al último ser intercambiable, quieren a un ser materialista y sin alma, quieren al mero consumidor y no al productor, y con ese objetivo están implementando una corrosiva política para contrarrestar a la naciente multipolaridad.

Multipolaridad, al contrario de la agenda occidental, significa varios polos de civilizaciones diversas, con distintas maneras de entender el mundo pero con una voluntad conjunta de convivir en esta casa común que es la Madre Tierra. Cada uno de esos polos representa una lucha civilizatoria histórica de pueblos en diversas regiones del mundo. Multipolaridad significa a la vez preservación de las raíces culturales y existenciales, y la construcción de nuevas maneras de estar en y con el mundo.

Nosotros en el Abya Yala tenemos una tarea civilizatoria heroica por cumplir, la tarea que nos legaron Túpac Katari, Bolívar, Sandino, El Che, Fidel y Chávez.

No somos europeos ni somos “hijos de España”, por más que hablemos lenguas ibéricas o europeas. Estamos destinados a recuperar nuestras raíces indígenas, africanas y europeas (entre muchas otras) para construir un presente y un futuro de dignidad. Nuestro proyecto civilizatorio no es ni asiático, ni eslavo, ni anglosajón, ni europeo, ni africano, ni árabe: Es el Abya Yala, el nombre de la tierra viva del pueblo Cuna antes de la llegada de Cristóbal Colón, y no la América del italiano Américo Vespucio, que dibujó los primeros mapas de nuestra región.

Nuestros pueblos jamás han dejado de luchar. Esto último es especialmente cierto con respecto a la última década, cuando el imperio desató una contraofensiva para neutralizar los avances logrados por nuestros pueblos a raíz del triunfo de la Revolución Bolivariana de Venezuela en 1998. Fueron memorables las jornadas de lucha de pueblos como los de Chile, Ecuador y Colombia contra los regímenes neoliberales en sus respectivos países, así como la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en México, al punto tal de que en muchos lugares se ha empezado a hablar de una verdadera “marea rosada” en América Latina. Pensamos que no se puede ser optimista en exceso. Si bien el imperio está debilitado, las debilidades en nuestro propio campo son bastante evidentes.

La crisis civilizatoria por la que atraviesa al mundo nos afecta a todos, al interior de un mismo país, de una misma organización o movimiento, o incluso a nivel de una misma familia o del individuo.

La constante ideológica más importante de la contraofensiva imperial es su objetivo de sembrar la confusión y el sectarismo entre todas las fuerzas que se oponen a la unipolaridad occidental. Si tras el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 instauraron la “guerra contra el terror” e inculcaron prejuicios contra los musulmanes y las personas de Oriente Medio en todo el mundo, así como han demonizaron a países como Siria e Irán, hoy en día pretenden que escojamos bando en una guerra entre supuestos (social) demócratas “progresistas” y “neonazis” al estilo de los supuestos partidarios de Donald Trump o Jair Bolsonaro.

¿Qué pasa hoy en día? Debemos entender que el imperio occidental en su estado de senilidad no produce ideología, más bien se apodera de temas que son relevantes para los pueblos con el fin de subvertirlos. A lo largo de la historia de los Estados Unidos, grandes magnates como Rockefeller, Ford, Carnegie, Soros, Pierre Omydiar (eBay) y otros han invertido sumas billonarias en todo tipo de fundaciones y tanques de pensamiento para manipular a los pueblos, pero no hay ideas nuevas.

Cambiaron el guión de “o estás con nosotros o estás con bin Laden” por el de “o estás con nosotros o estás con los fascistas de Trump”: De un lado, los “fascistas”, y del otro, los “socialistas-globalistas-totalitarios”. Son imágenes que no se corresponden totalmente con la realidad, sombras chinescas con las que quieren que nos trencemos para desangrarnos con nuestros amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo, pueblos y países.

El peligro para los pueblos del mundo es asumir que esas caricaturas verdaderamente expresan sus intereses y aceptar tomar partido en una guerra que ha sido diseñada para destruirlos, tanto en el norte como en el sur.

Biden y Trump tienen cosas fundamentales en común: El Destino Manifiesto; la creencia en la excepcionalidad de Estados Unidos y el tener una gran cercanía al dinero. Ninguno de ellos irá en contra de los dictados de Estado Profundo, de la banca, de la industria armamentista o de alguna de las pocas familias oligárquicas que controlan los Estados Unidos.

El centro del poder en Estados Unidos es financiero-militar y su agenda estratégica es la globalista. El espantapájaros para implementarla es “el fascista de Trump” (o Bolsonaro, o cualquier otra variante local), pero la orientación general es siempre la misma.

Esa agenda es fácil de ver para todo aquel que quiera leer las publicaciones del Foro Económico Mundial: La dictadura directa de las multinacionales sobre todo lo vivo en la tierra. Más allá de las palabras que suenan bonitas (para algunos), lo que buscan es destruir la economía mundial y monopolizar los escombros que queden por medios dictatoriales, tanto en el norte como en el sur: una dictadura medieval de alta tecnología, sencillamente.

En lo económico, los “progresistas” (social) demócratas en Estados Unidos y Europa recomiendan variantes de la denominada Teoría Monetaria Moderna, basada en la impresión de dinero sin respaldo productivo para (supuestamente) combatir el desempleo, crear puestos de trabajo y reactivar la economía. Muchas veces sus propuestas son vistas como progresistas, por ejemplo las promesas de “rentas básicas universales”, sobre todo comparadas con las propuestas de los “fascistas” partidarios del “loco de Trump”, que solo consisten en bajar los impuestos, preferentemente los de los ricos, a diestra y siniestra.

Lo que ni los “progresistas” ni los “fascistas” occidentales gustan hacer, es cuestionar al sacrosanto sistema capitalista, democratizar la economía, redistribuir la tierra y mucho menos las riquezas.

En lo económico, las medidas de unos u otros no hacen otra cosa que profundizar la dependencia financiera, económica y tecnológica de nuestros pueblos y de nuestros países, que no cuentan con monedas de reserva internacional como el dólar o el euro.

Mientras que los “progresistas” hablan a cada rato del peligro del cambio climático y hasta proponen un “nuevo trato verde” (un programa de inversión pública “ecológica” similar al Nuevo Trato de Roosevelt contra la Gran Depresión en los 1930s) los “fascistas” niegan toda amenaza de colapso ecológico y proponen seguir usando combustibles fósiles, energía nuclear, etcétera. En esa cacofonía entre “progresistas” y “fascistas” occidentales, quedan ahogadas las voces de la mayoría de la humanidad que plantea el problema de la crisis ecológica en términos de justicia climática.

Occidente basó su desarrollo en la explotación inmisericorde del espacio de dióxido de carbono del planeta. Ahora le toca a los países occidentales apretarse el cinturón y permitir que los países de la periferia, en especial los más pobres, puedan desarrollarse.

Los “Tratos Verdes” de los progresistas occidentales son inviables porque cuestan enormes cantidades de dióxido de carbono en la producción de equipos como paneles solares, parques eólicos y autos eléctricos. Las propuestas de cultivo a gran escala de granos para biocombustible son una quimera y el uso masivo de productos transgénicos en la alimentación una amenaza a la biodiversidad. Esas propuestas solo son intentos por alargar la vida útil del capitalismo occidental financiando con fondos públicos a los monopolios capitalistas privados de Occidente.

Por otro lado, las propuestas negacionistas del cambio climático significan un suicidio para nuestros pueblos, no solo porque las consecuencias de ese cambio desde hace tiempo ya se están sintiendo. La crisis ecológica es real, con unos modelos de pesca y de agricultura totalmente insostenibles, basados en la destrucción de las economías campesinas en todo el planeta.

Lo que nuestros pueblos necesitan son respuestas que tomen en cuenta todos los aspectos del problema, que garanticen el desarrollo sin perder de vista a la Madre Tierra como sujeto de derechos, combinando la investigación científica y las tecnologías más avanzadas con los conocimientos, saberes y prácticas ancestrales de los pueblos.

Los “progresistas” se dicen campeones de los derechos de las mujeres y la diversidad sexual, pero la verdad es que estos derechos, especialmente en Occidente, parecen ir en retroceso con pasos agigantados. Los “fascistas”, por su parte, se dicen campeones de los derechos de la familia, aunque dan por sobreentendido que la familia que dicen defender es de un tipo muy particular, según sus propias preferencias.

Lo que en realidad ha tenido lugar en las últimas décadas ha sido una apropiación occidental de la lucha por los derechos de las mujeres y por los derechos de la diversidad sexual a favor de una agenda académica posmoderna que reduce todo al lenguaje y al individualismo a ultranza.

Reformas del lenguaje poco hacen por avanzar los derechos reales de las mujeres al control sobre sus condiciones de vida, especialmente materiales, y por el contrario, mucho hace para ideologizar aún más el debate y dividir a los sectores populares en lugar de fomentar alianzas amplias contra la violencia.

Hasta hace unos 20 años, era generalmente aceptada la diferencia entre sexo biológico (las diferencias cromosómicas entre los sexos) y el género como “construcción social” (lo que cada sociedad define como perteneciente a lo masculino, femenino, etcétera), es decir, una construcción histórica de significados realizada por grandes grupos sociales.

Actualmente, en el debate publico se entiende como género una esencia identitaria definida por cada individuo “subjetivamente”; es más, parece que el sexo ya no existe sino el “género” concebido de manera subjetiva. Más allá del derecho que cada persona mayor de edad tenga de transformar su cuerpo como lo desee, este debate “trans” ha tenido efectos sumamente perniciosos, tanto para las mujeres como para los niños al confundir todos los términos de la identidad.

A las mujeres, que tanto esfuerzo les ha costado conquistar (incluso precariamente) una serie de derechos, ahora se les señala, junto a los hombres, de ser parte del “problema” y se las acusa de “heteronormativas” solo por defender su identidad de mujeres.

La inclusión del cambio de género como un servicio del modelo público de atención en salud es algo muy extraño en amplios sectores del Abya Yala que aún luchan por el acceso a la salud mas básica, pero no solo eso, sino que como alternativa individual la “cirugía transgénero” no resulta muy realista para la inmensa mayoría de los transexuales por ser una intervención muy dolorosa, peligrosa, irreversible, costosa y que además no resulta en un verdadero cambio de sexo.

Asimismo, con la excusa del debate “trans” desde Occidente se sexualiza a generaciones de niños que ya habían sido sexualizadas agresivamente por toda la industria de los medios multinacionales, creándole a los niños serios problemas de identidad, casi obligándoles a elegir desde temprana edad su “identidad sexual” cuando ni siquiera tienen la menor idea de lo que eso significa.

Es obvio que toda esta agenda es sumamente divisiva y genera amplios rechazos en los sectores populares. No todo conservadurismo es reaccionario, especialmente si tiende a conservar valores, concepciones y prácticas que han servido a los pueblos para resistir a la opresión durante cientos de años.

Para amplios sectores populares en el Abya Yala, independientemente de su profesión de fe, la vida tiene un valor en sí misma, por eso se oponen fervientemente al aborto. Esa toma de posición debe ser respetada.

Por otro lado, los que critican la agenda “trans” de los “progresistas” a menudo caen en la posición contraria, que es la de negar la opresión de género y la violencia que ejercen muchos hombres, negar la discriminación contra las mujeres y contra las minorías sexuales y en algunos casos hasta defender el maltrato a los niños. Esto, obviamente, es un retroceso intolerable, especialmente en una región del mundo en la que las mujeres, sencillamente no aceptan más la opresión de género.

Nicaragua ha sido muy criticada en ciertos círculos por el curso que el país bajo la conducción del Comandante Daniel Ortega y la compañera Rosario Murillo ha tomado en torno a temas como el aborto, pero lo cierto es que pocos países del Abya Yala han avanzado mas en lo que respecta a los derechos de las mujeres, de la diversidad sexual y de los niños a través del diálogo y los consensos entre los sectores populares.

Las prioridades impuestas por las ONG “de género” del imperio, a menudo chocan con las verdaderas prioridades de las mujeres, que más bien piden acceso real a la salud, verdadero poder económico, representación política, protección de la Justicia y respeto a sus valores.

Otro frente que los “progresistas” imperiales han intentado manipular para dividir a los pueblos es el del racismo, el antirracismo y las identidades de los pueblos. Otra vez, estas cuestiones son reales tanto en el norte como en el sur, no son inventos del imperio.

Occidente como centro de poder imperial le debe todo al genocidio de pueblos enteros y a la instauración de un orden racista universal con su ombligo como centro del mundo. Sin embargo, el antirracismo enarbolado como bandera por los socialdemócratas imperiales no está destinado a hacer justicia con esos temas, sino al contrario, a impedir que los pueblos encuentren alternativas políticas eficaces que los lleven a ser sujetos de la historia.

Ninguno de los referentes del antirracismo del siglo XX, desde Ho Chi Minh o Sandino hasta Franz Fanon, Martin Luther King o Malcolm X, podría entender lo que muchos hoy en día llaman “antirracismo”, un antirracismo que no se solidariza con los pueblos atacados por el imperialismo, y que parece mas interesado en bajar estatuas o librar guerras de símbolos que en ayudar a parir un mundo multipolar y dar al traste con la unipolaridad occidental, verdadero origen del racismo sobre la tierra.

Los antirracistas en los países del norte que entienden la necesidad de luchar contra el imperio, desgraciadamente son minoría. Por ejemplo, a la mayoría de los antirracistas de Occidente más bien se les ve tragar sin chistar la propaganda occidental antirrusa y eslavofóbica.

Lo que domina en la conciencia mediática promovida por Occidente es un antirracismo liberal, basado actitudes individuales y en la promesa de que algún tía “todos” tendrán un lugarcito bajo el sol del imperio neoliberal. Lo que existe no es una lucha para conquistar derechos, sino una perenne guerrilla para mantener con vida el pleito entre los progresistas buenos que luchan contra la “discriminación” y los fascistas malos que dicen ser “discriminados” por tanto antirracismo. Desgraciadamente, a menudo los que se enfrentan y sufren las verdaderas consecuencias son pobres de ambos lados.

La criminal cacofonía ideológica del imperio es una trampa mortal: Si nuestros movimientos empiezan a pensar que la mitad de la población es “fascista”, es un signo de que se está abandonando la perspectiva de la lucha por la hegemonía y el peligro de caer en las guerras sectarias de Occidente está a las puertas.

Los ejemplos de Chile y Argentina ilustran peligrosas y destructivas tendencias hacia la polarización en el seno del Abya Yala producto de esta guerra sicológica imperial.

En Chile, la derrota del “Sí” en el plebiscito constitucional el pasado 4 de septiembre, donde un 85% del electorado (récord histórico) rechazó categóricamente el proyecto de carta magna elaborado por la Constituyente, muestra la grave división existente. No solo hubo una “mayoría silenciosa” que apoyó a la derecha, también hubo un millón de votantes que dos años antes se expresaron a favor de una Constituyente, este año rechazaron el documento elaborado por ella.

La causa de la derrota no puede verse solamente en la agresiva campaña de desinformación de la derecha, también hubo una tendencia a convertir un documento que en realidad debería ser una declaración de principios y un marco para la convivencia en la caja de deseos de las organizaciones participantes en un contexto en el que ya se sabia que habían ideas muy encontradas a nivel social en torno a una serie de cuestiones.

Desde una perspectiva regional, es muy cuestionable que se haya incluido que, en sus relaciones internacionales, Chile se comprometería con “la promoción y el respeto a los derechos humanos (etcétera)” en otros países, especialmente de la región, lo que constituye una ruptura con los acuerdos de la CELAC en el sentido del respeto a la soberanía y la no injerencia en los asuntos internos de los demás países. Sería muy peligroso que algún país del Abya Yala quisiera erigirse en juez moral del resto de la región, de una manera muy similar a los gobiernos occidentales y su entramado de ONG tóxicas.

En Argentina, actualmente se atraviesa una seria crisis, con una campaña ya muy larga de odio mediático de los medios de la derecha e intentos de asesinato contra la vicepresidenta Cristina Fernández, así como una creciente polarización, agravada por una crisis interna sobre el rumbo del proceso.

Esta polarización se da en medio de una gran frustración, no solo de sectores medios, por los desastrosos resultados económicos tras la gestión neoliberal de Mauricio Macri, que endeudó al país con cifras récord a nivel mundial, y tras los efectos de la pandemia, que implicaron enormes costos para el Estado. Una de las pocas áreas en las que la coalición progresista gobernante ha logrado avanzar ha sido el tema de género, por cierto con mucho apoyo en sectores de la población, especialmente en lo que respecta a la violencia contra las mujeres, pero también con muchos rechazos, por ejemplo en temas como el aborto.

En lo político, el presidente Alberto Fernández un día dice querer estrechar lazos con Rusia y al día siguiente vota con Occidente sobre Ucrania; un día dice querer liderar la CELAC y al día siguiente se somete a las órdenes de EE. UU. de secuestrar un avión venezolano con toda su tripulación, y otro día, viaja a Washington a pedir ayuda económica.

Tanto en Chile como en Argentina, gobiernos influenciados por el progresismo de inspiración occidental, vacilan entre la apuesta por un mundo “nuestroamericano” y multipolar, y los dictados occidentales, cosechando aún más frustración y allanando el terreno para que las contradicciones se diriman de manera violenta en las calles.

En Colombia, cuyo flamante presidente Gustavo Petro inició su gestión con una serie de medidas que despertaron gran expectación, tanto dentro como fuera de sus fronteras para sorprender con la propuesta que a inicios de septiembre le hizo a la general Laura L. Richardson, comandante del Comando Sur de los Estados Unidos, en el sentido de crear una fuerza militar conjunta con el fin de “proteger la Amazonía de emergencias como los incendios forestales”.

Es cierto que Colombia es un país militarmente ocupado por los Estados Unidos, con varias bases en su territorio, y que además ostenta el dudoso honor de ser “socio global” de la OTAN, pero el solo hecho de dejar que las botas de los marines oficialmente actúen en la Amazonía es algo que sobrepasa los límites nacionales para convertirse en una amenaza directa a Perú, Ecuador, Bolivia, Venezuela y Brasil, para no hablar de todo el Abya Yala.

La visita de Richardson a Colombia fue parte de una gira que realizó por varios países de la región con el expreso fin de contrarrestar la influencia de China y de Rusia, y de promover el aislamiento de, especialmente, Nicaragua, Cuba y Venezuela. Este tipo de presiones diplomático-militares son una parte del arsenal imperial destinado a subvertir la voluntad de nuestros pueblos. No se puede descartar que el imperio occidental busque desatar una o más guerras entre países hermanos de la región con el pretexto de los incendios de la Amazonía, la triple frontera del litio, el narcotráfico o cualquier otra cosa.

El otro arsenal imperial es un verdadero ejército de ONG occidentales usando diversos temas como mampara (género, medio ambiente, trabajo con jóvenes, pueblos originarios, etcétera) con el fin de cooptar a los movimientos populares del Abya Yala. Asimismo, todas las fundaciones socialdemócratas de Norteamérica y Europa destinan fondos de ayuda política, pero el objetivo de esta ayuda está totalmente supeditado a la estrategia de la OTAN y nada tiene que ver con los de nuestros pueblos. Por último, toda una parafernalia similar es movilizada por Occidente para influenciar a nuestros pueblos “por la derecha” y así incendiar y dividir nuestra región.

Los movimientos político-sociales del Abya Yala deben reflexionar a fondo sobre los puntos que hemos expuesto y estudiar las estrategias del imperio para saber identificarlas y combatirlas en cada uno de sus procesos. Occidente se está derrumbando, pero conserva poder destructor para rato.