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La verdadera socialdemocracia
sueca siempre fue solidaria con la
Nicaragua sandinista. |
Por Jorge Capelán.
Este texto es una respuesta al extenso reportaje de Erik Halkjaer
publicado en el número 3-2019 de Ordfront Magasin titulado
"
Sandinistregimens
svek mot folket" [La traición del régimen
sandinista al pueblo de Nicaragua]. En este texto no incluiremos
muchas notas al pie, ya que todas las pruebas de lo que decimos (artículos,
vídeos y documentos varios) están disponibles en inglés en el
libro electrónico de 300 páginas
"Nicaragua 2018: ¿levantamiento popular o golpe de Estado?", una obra colectiva de
decenas de investigadores publicada este año por la Alianza para la Justicia Global. En esta obra los autores desmenuzamos el mal llamado y
fallido “golpe suave” contra el pueblo de Nicaragua desde todos
sus ángulos: la historia de este país, su economía, los intereses
geopolíticos, las tácticas utilizadas y los daños humanos y
materiales causados por los golpistas. Recomendamos al lector
interesado en profundizar en el tema que descargue y lea ese texto.
Aquí tampoco nos dedicaremos a refutar cada una de las afirmaciones
de Halkjaer porque el suyo es un escrito de odio. Simplemente
expondremos por qué creemos que lo es y recomendaremos al público
en general que se forme su propia opinión sobre Nicaragua viniendo
al país a constatar con sus propios ojos cuál es la realidad que se
vive aquí.
El que de ahora en adelante quiera seguir leyendo, que se prepare
para un poco de realidad sobre Nicaragua, no la propaganda que
cotidianamente sirven los medios del sistema en Suecia. Si el lector
tiene dudas sobre la veracidad de lo que escribimos en estas líneas,
lo invitamos a que venga a visitar Nicaragua. Que venga y visite a
quien quiera, sobre todo que no se olvide de hacer alguna excursión
fuera del reducido núcleo social de quienes hoy en día componen al
golpsimo derrotado. Que visite los mercados, los pueblos, los barrios
y los balnearios de este país, y también que hable con los millones
de sandinistas que lo pueblan. Quienes no quieren que el pueblo sueco
conozca a la Nicaragua real no somos nosotros los sandinistas, son
personas como el autor del artículo lleno de odio publicado por
Ordfront. Su objetivo no es otro que el de aislar al pueblo de
Nicaragua, arrodillarlo para que acepte condiciones lesivas y
humillantes para su vida. Esas pretensiones están naturalmente
destinadas al fracaso porque como decimos aquí en Nicaragua, los
golpistas “¡no pudieron ni podrán, jamás!”
La tesis de esta respuesta es que el escrito de Halkjaer, que
según el autor es un reportaje, tiene dos grandes falencias: En
primer lugar, como producto periodístico, es solo una mediocre obra
de ficción, ya que no solamente ofrece una burda caricatura de la
historia del país, sino que también comete errores factuales tan
groseros que ni siquiera la prensa de la derecha golpista dentro de
Nicaragua se atreve a repetir, como por ejemplo, que el Ejército
disparó contra los manifestantes cuando en ningún momento salió de
sus cuarteles. La tarea de hacerle frente a las situaciones de orden
interno en Nicaragua correspondió, corresponde y seguirá
correspondiendo mientras la Constitución no determine otra cosa, a
la Policía Nacional.
En segundo lugar, como análisis político, el artículo en
cuestión no explica la Nicaragua de hoy, en la que nadie cree (ni
desea) que hayan unas elecciones adelantadas y en la que tampoco
nadie duda de que el Frente Sandinista está en el Gobierno y tiene
el poder, y yo agregaría, en la que ha sucedido un verdadero
cataclismo social, pero no del tipo que se imaginaban los golpistas
en abril del año pasado: La histórica oligarquía nicaragüense,
hoy devenida en capital financiero, con el fracaso de su intentona
golpista ha sido totalmente desplazada del poder político y ha
perdido la influencia ideológica que desde siglos, como heredera de
las instituciones coloniales, detentaba sobre la sociedad. Aún tiene
sus medios (7 diarios y periódicos, 4 canales de televisión, varias
radios e incontables publicaciones digitales) y sus intelectuales
adocenados, pero ya no le sirven de nada, porque con su torpe,
sangriento y fallido intento de golpe le enseñó claramente al
pueblo cuál es su verdadero proyecto de país: Muerte, destrucción,
corrupción y delincuencia.
Está muy bien que Halkjaer haya usado la expresión
"sandinistregimen" [régimen sandinista] como parte del
título de su artículo porque ubica a la perfección el contexto de
su crítica. Su problema no es ni con el presidente Daniel Ortega, ni
con la vicepresidenta Rosario Murillo, ni con el canciller Colindres
y el vicecanciller y ex ministro de Cooperación Valdrack Jaentschke,
ni con el asesor presidencial Paul Oquist –estos tres últimos,
altos funcionarios del Gobierno que tuvieron la buena voluntad y la
paciencia de responder a las maliciosas insinuaciones de un Halkjaer
menos interesado en conocer el punto de vista de las autoridades
nicaragüenses que en lanzar su dedo acusador contra un país del
que, como veremos, nada sabe. El problema de Halkjaer no es con
supuestos déspotas y dictadores, sino con el sandinismo como
movimiento sociopolítico.
Está muy bien que Halkjaer asuma su antisandnismo, porque así
deja de arroparse con la piel de cordero de aquellos que en su día
participaron en la lucha al lado del pueblo, ocupando grandes cargos
y beneficiando grandemente sus carreras personales, pero que desde
hace ya también muchos años han traicionado a ese pueblo del que se
sirvieron: Nos referimos a las diversas falanges de exsandinistas que
se han pasado al lado de la oligarquía y del imperio, abrazándose
con senadores de la Florida, como Marco Rubio e Ileana Ros-Lehtinen,
y también nos referimos a ciertos exinternacionalistas que
estuvieron en Nicaragua en los años 80, que en muchos casos hicieron
carrera a costa de Nicaragua, y que después de 1990 siguieron
haciendo carrera, esta vez presentándose como la cara amable del
neoliberalismo.
Un ejemplo típico de esto es la exembajadora Eva Zetterberg,
exmiembra del “Chilekommittén” y exinternacionalista en
Nicaragua, que comenzó su carrera política denunciando en el
parlamento sueco la criminal exportación de deshechos tóxicos de la
multinacional sueca Boliden al Chile de Pinochet en la década de los
80s y 10 años más tarde, como embajadora en Santiago del canciller
derechista Carl Bildt, fungía como “chica Avon”, vendiendo a
los empresarios chilenos las “soluciones” de esa misma
multinacional, causante de enfermedades crónicas a miles de
habitantes de la región de Arica. Esa es la verdadera Eva
Zetterberg, la cara amable, “progresista”, del neoliberalismo,
que se presentó en Nicaragua apoyando “por la izquierda” al
presidente más inepto y entreguista de toda su historia, el
ingeniero somocista Enrique Bolaños Geyer. Zetterberg nunca fue
expulsada de Nicaragua, tal y como Halkjaer lo afirma: simplemente se
le hizo saber cuál era la opinión local sobre los exabruptos que
desde hacía ya muchos años ella tenía por hábito externar en los
medios nacionales y ella misma se fue del país. Es cierto que el
entonces canciller sandinista la llamó “diabla” en un programa
de televisión en 2008, pero ese calificativo debe verse a la luz de
su comportamiento general en Nicaragua. Como prueba del estilo de
Zetterberg, recuerdo a un colega que una vez la entrevistó en 2006,
al que ella le dijo que "la intervención (europea) en Nicaragua
era necesaria e importante porque los nicaragüenses han sido
incapaces de manejar sus asuntos exitosamente por sí mismos".
Antes de continuar con nuestra crítica a este mal análisis y
peor reportaje de Erick Halkjaer, permítaseme aclarar un hecho
básico sobre la política nicaragüense: El sandinismo es el mayor y
mejor organizado movimiento político de Nicaragua y uno de los más
fuertes partidos de izquierda de América Latina, alma y nervio del
Foro de Sao Paulo, única coalición regional de partidos de
izquierda hoy en el mundo. Nunca ha habido, no hay ni, creemos, nunca
habrá, otro partido más fuerte en Nicaragua. ¿Por qué? Porque el
sandinismo es inseparable de un concepto moderno de país, en el que
las clases trabajadoras sean protagonistas y sujetos. Hasta 1926,
cuando Sandino inicia su lucha armada para expulsar de Nicaragua a
los marines yanquis, el país había sido la finca por la que
luchaban los oligarcas liberales y conservadores con el pueblo como
carne de cañón y los Estados Unidos como padrino a favor de uno u
otro bando. Tras el asesinato de Sandino por Anastasio Somoza García
en 1934 se desencadena toda una persecución contra los miles de
sandinistas en las montañas de Las Segovias donde Sandino había
desarrollado un movimiento de cooperativas. La razón de ese crimen
cometido contra los primeros sandinistas fue la misma por la que los
golpistas del año pasado torturaron, asesinaron y quemaron vivos a
muchos nicaragüenses acusados de ser sandinistas: había que
extirpar de raíz la expresión política revolucionaria del pueblo
nicaragüense para imponer un sistema a la medida de las élites
locales y, sobre todo, extranjeras.
Sin el Frente Sandinista de Liberación Nacional, Nicaragua no
tendría: Una Cruzada Nacional de Alfabetización que cambió
dramáticamente la situación de un país en el que más de la mitad
de la población hace 40 años no sabía leer ni escribir; un
ejército y una policía verdaderamente nacionales, y no la
constabularia fundada por los marines yanquis que tenía Somoza; una
avanzada reforma agraria que, a pesar de la contrarreforma impulsada
por los gobiernos neoliberales entre 1990 y 2006 logró cambiar de
manera significativa las relaciones de poder del país haciendo de
los sectores populares verdaderos sujetos económicos; la primer
Constitución verdaderamente democrática de toda su historia, que
aún hoy en día está vigente; Autonomía de la Costa Atlántica, un
ejemplo que aún hoy es materia de admiración y estudio por los
expertos en derechos de los pueblos indígenas; carreteras que por
primera vez en la historia unen al Pacífico y el Atlántico del
país, que hoy en día cuenta con las mejores vías de comunicación
de Centroamérica; una política internacional que le ha permitido
defender exitosamente los intereses del país, ganándole a los
Estados Unidos un juicio por terrorismo de Estado en La Haya (hecho
único en la historia de las relaciones internacionales) y
recuperando 90 mil kilómetros cuadrados de mar territorial en el
Caribe ocupados por Colombia; 18 nuevos hospitales (entre 1990 y 2006
no se construyó ni un solo hospital); salud y educación gratuitas;
la mitad de todos los puestos a todos los niveles para las mujeres;
una avanzada legislación contra la violencia de género y muchas,
muchas otras cosas más. Y eso el pueblo nicaragüense lo sabe y lo
defenderá.
Por lo menos dos millones y medio, cerca de un 40% de la población
de este país, nos definimos como sandinistas que siempre apoyaremos
el proyecto de liberación e independencia nacional con justicia
social del general Augusto César Sandino, de Carlos Fonseca y del
Frente Sandinista de Liberación Nacional hoy dirigido por el
comandante Daniel Ortega y la compañera Rosario Murillo. Cualquier
otra definición de sandinismo en Nicaragua hoy es una construcción
sin existencia real y sin raíces en la sociedad. Aparte de ese cerca
de 40 por ciento de nicaragüenses sandinistas que hay en Nicaragua,
hay amplios grupos de la población que simpatizan con el Gobierno y
son los que le dan las mayorías políticas alcanzadas durante todos
estos años. Son esas mayorías políticas las que explican cómo se
pudo derrotar el intento fascista de golpe de Estado del año pasado
y por qué Nicaragua hoy en día no está en guerra sino en paz y
trabajando denodadamente por dejar atrás la pobreza.
El sandinismo en Nicaragua comprende a cientos de miles de niños,
jóvenes y ancianos, mujeres y hombres. Hoy en Nicaragua hay
sandinistas de al menos nueve generaciones: Los hijos de Sandino y de
los combatientes de su “pequeño ejército loco” que aún están
con vida; aquellos que eran jóvenes en los años 50 del siglo
pasado, que fueron los que fundaron el Frente Sandinista; los que
vivieron los durísimos años de la denominada “acumulación de
fuerzas en silencio”, cuando todos aquellos que se integraban a la
lucha sabían que sus probabilidades de ver el triunfo eran
prácticamente inexistentes; los que participaron en la insurrección
final contra la dictadura desde mediados de la década de los años
70; los que participaron y defendieron la revolución de los años
80; los que defendieron las conquistas durante la década
contrarrevolucionaria de los años 90; los que continuaron la labor
de resistencia y reconquista del poder político en el nuevo milenio
y las generaciones que, desde el año 2007 hasta la fecha, se sumaron
a la lucha política bajo las banderas del sandinismo, y los niños y
jóvenes sandinistas que hoy crecen en esta Nicaragua “bendita y
siempre libre”.
Son esas generaciones de sandinistas, no los apenas 130 mil
empleados públicos que tiene el Estado nicaragüense, las que el 19
de julio de 2018 y 2019 realizaron las manifestaciones de masas más
grandes de toda la historia de Nicaragua en conmemoración de los
aniversarios 39 y 40 de la revolución que derrocó a la dictadura
somocista en 1979: 400 mil personas en la Plaza de la Fe y
manifestaciones masivas en todas las cabeceras departamentales el año
pasado, y 500 mil personas en esa misma plaza este año. El que pasó
ha sido un año de movilización intensa para el sandinismo, tanto en
las calles, manifestando su apoyo al Gobierno como en los barrios y
comarcas haciendo gestión: resolviendo problemas, escuchando al
pueblo e implementando soluciones. Claramente, el sandinismo no está
debilitado sino todo lo contrario, ha salido fortalecido una y mil
veces a raíz del fallido intento de “golpe suave” del que fue
objeto el pueblo nicaragüense el año pasado.
Es contra esos cientos de miles de mujeres, hombres y niños
sandinistas que personajes como el exdirector del canal 100%
noticias, Miguel Mora, hoy en día libre de moverse por todo el país
(la licencia de la señal de televisión de su canal le fue retirada
porque en los días del golpe, seguro de que en cuestión de días se
convertiría en presidente, ni siquiera solicitó una renovación) y
otros falsos hombres de medios como Aníbal Toruño de Radio Darío
en León (también libre y desde su radio transmitiendo veneno todos
los días) durante el golpe llamaron abiertamente a matar
sandinistas, a los que llamaban “sapos” (es decir delatores).
Entre las muchas omisiones de Halkjaer se encuentran los incendios de
medios de comunicación. Halkjaer dice que Radio Darío en León fue
quemada (y hay evidencia contundente de que la quemó el propio
Toruño para culpar a los sandinistas), pero se cuida de mencionar
los incendios de la Nueva Radio Ya (con periodistas y todo dentro,
que durante media hora corrieron riesgo de ser devorados por las
llamas) y la de Radio Nicaragua. ¿Por qué fueron quemadas esas
emisoras? Porque se trataba de radios sandinistas. Halkjaer no dice
nada de todas las personas que durante el golpe fueron secuestradas,
amarradas a postes, torturadas, pintadas, asesinadas o incluso
quemadas vivas por los “luchadores por la libertad” que defiende.
¿Cómo se justificaron esos horribles actos? Con que las víctimas
eran sospechosas de ser sandinistas. ¿Por qué, si el golpe no era
antisandinista, uno de los blancos favoritos de los golpistas fue
destruir, quemar, pintarrajear las estatuas del general Sandino en
las ciudades que lograron vandalizar?
El cuadro que pinta Halkjaer en su reportaje es el de un pueblo
nicaragüense prisionero de un dictador malvado y su igualmente
malévola mujer que comandan un régimen sin ningún respaldo popular
a punto de colapsar gracias a un pueblo insurrecto bajo la moralmente
impoluta conducción de inefablemente puros y democráticos
estudiantes. Según Halkjaer esa pareja infernal de autócratas
sandinistas en un lapso de 12 años, desde que supuestamente
“echaron” a la inefable embajadora sueca, Eva Zetterberg, ha
convertido a Nicaragua, de un país con un cierto concepto de la
institucionalidad democrática, en un reducto en el que imperan la
dictadura y el terror. Ante esa caricatura se puede contraponer otra
imagen: La de un fallido "golpe suave" a cargo de los
poderes fácticos que todos conocemos, como la Usaid, la mafia de
Miami, las derechas más reaccionarias de toda la región, la
oligarquía local y ONG occidentales, entre ellas el ASDI sueco que
desde hace ya muchos años tiene un programa de “diplomacia
secreta” (actividades desestabilizadoras contrarias al derecho
internacional) en una treintena de países cuya lista el Estado sueco
se niega a divulgar.
Dirán que cualquier cosa que yo diga es mentira. Adelante, así
sea. Pero la Nicaragua real no se va a mover de donde está. La
derecha golpista no es capaz de montar un piquete en la calle,
sencillamente porque no tiene respaldo popular. Cualquiera que salga
a ondear una bandera nacional pintarrajeada o puesta al revés es
inmediatamente repudiado por la ciudadanía. Los golpistas han
llamado como a 5 paros nacionales desde abril del año pasado y no
lograron nunca paralizar al país, mucho menos desde que en julio de
ese mismo año fueron derrotados, porque ya no podían intimidar a la
gente con sus armas. Ni siquiera en lo peor de los tranques lograron
paralizar la producción agrícola y los precios en los mercados se
han mantenido estables todo el tiempo. Yo salgo en televisión todas
las semanas, mucha gente me conoce y no tengo pelos en la lengua para
llamarle golpe al golpe y fascista al fascista. Voy y vuelvo a pie a
mi casa que queda en un barrio popular de Managua. Nunca nadie me ha
dicho nada, y eso que hablo de política con cualquiera. Muchas veces
discuto, incluso acaloradamente, pero jamás llegando a la violencia.
¿Por qué? Porque la gran mayoría de los nicaragüenses no odian.
El tipo de odio que se patentizó entre abril y julio del año pasado
no era un producto autóctono, era obra de una campaña planificada
de muchos años cuyos dispositivos se activaron en una coyuntura muy
precisa (el anuncio de la reforma al sistema de pensiones) y cuando
pasó el momento de la sorpresa inicial, la conspiración se vino
abajo como un castillo de naipes.
Como lo hace toda la propaganda golpista, Halkjaer acusa al
comandante Daniel Ortega de maquiavelismo político y de aliarse con
lo más reaccionario de Nicaragua con tal de obtener el poder. Ante
esto se deben aclarar algunas cosas:
La primera, es que en las elecciones de 1990 el pueblo
nicaragüense fue obligado a votar con una pistola apuntando a su
cabeza. El chantaje de los Estados Unidos, que estaba financiando a
una coalición contrarrevolucionaria antisandinista (la UNO) que
incluía desde grupos abiertamente somocistas hasta un mal llamado
partido comunista, era que de seguir apoyando al FSLN volvería la
guerra que ya había costado más de 30 mil vidas. Por eso es que
nadie salió a la calle a celebrar la derrota del FSLN la madrugada
del 26 de febrero de 1990. En la calle cualquiera lo decía: “Voté
por la UNO para que se acabara la guerra, pero en realidad prefería
al FSLN”. El chantaje del regreso de la guerra con un Gobierno
sandinista se ha mantenido todo el tiempo desde entonces, pero ya,
hoy en día, no surte efecto en casi nadie. Con un Gobierno
antisandinista y un parlamento controlado por esas fuerzas, ¿qué
podía hacer el FSLN en esos momentos? Sencillamente, lo que
cualquier partido en esas condiciones debe hacer: maniobrar para
dividir al enemigo y conseguir las mejores condiciones posibles. Es
decir, que la naturaleza del tan denostado “pacto” entre “Daniel
Ortega” y el expresidente liberal Arnoldo Alemán fue una
negociación que le permitió al FSLN, el partido más fuerte de toda
Nicaragua, ganar unas elecciones en primera ronda con su voto
tradicionalmente fiel.
La segunda cosa que hay que aclarar es que en un país tan
polarizado como Nicaragua, que acababa de salir de una guerra
sangrienta, el entenderse con actuales o antiguos enemigos es un
imperativo para cualquier fuerza política que quiera llevar adelante
un proyecto de nación. El Frente Sandinista sacó sus lecciones de
la derrota electoral de 1990. Incluso antes de eso, en plena guerra,
ya se sabía que la Contra tenía una base social campesina fomentada
por errores y limitaciones en las propias políticas de la Revolución
en el terreno agrario. Por eso uno de los primeros sectores con los
que el comandante Daniel Ortega buscó alianzas fue con las bases
genuinamente campesinas de la Contra, que estaban siendo traicionadas
por los dirigentes de la UNO. El Cardenal Miguel Obando y Bravo, que
en los años 80 fue el líder espiritual de la Contra y que tan tarde
como en las elecciones de 1996 era un enemigo acérrimo del FSLN,
sentía un compromiso real con esos campesinos.
La tercer cosa que hay que entender es algo de sentido común: que
en Nicaragua no se podía (ni se puede) gobernar en contra del FSLN,
que es el partido más fuerte y grande del país, y además con una
importante influencia en el Ejército y la Policía, así como un
importante número de servidores públicos formados en la década de
los años 80. Cualquiera que desee gobernar debe entenderse con el
partido que tiene el apoyo de grandes sectores de la sociedad. Esto
en cierto modo lo entendió la presidenta Violeta Chamorro (aunque no
fue así con quienes la rodeaban), pero por lo demás, la consigna de
la derecha siempre fue la de destruir al FSLN. Sin embargo el FSLN,
bajo la conducción del comandante Daniel Ortega, no se dejó
destruir. La derecha nicaragüense en su atraso político e
ideológico más bien ha sellado su falta de influencia en el
pueblo. Por eso el Frente Sandinista hoy en Nicaragua se ha
convertido en el partido del sentido común: Es el partido de la
empresa privada en un país en el que el 98% de las empresas son
pequeñas unidades familiares; es el partido del sector público en
un país en el que la salud y la educación gratuitas hoy son una
realidad y no un deseo, como en la mayor parte de América Latina; es
el partido de la libertad religiosa, tanto para católicos como para
protestantes, pero a la vez también es el partido del deporte, la
cultura, la familia, la libertad sexual, los derechos de las mujeres,
el medioambiente y todos los espacios de la vida social. ¿Por qué?
Porque la oposición golpista desde el año 2007 a la fecha solamente
se ha dedicado a su agenda antisandinista, a oponerse a todo de la
manera más fanática y a desechar todos los procesos electorales
como “farsas” cuando en realidad han sido infinitamente más
limpios que en los 17 años de la negra noche neoliberal.
El cuarto y último elemento a tener en cuenta es el siguiente: El
somocismo no era solo la dictadura de la familia Somoza, era la
dictadura de dos partidos, el Partido Liberal y el Partido
Conservador. La dictadura somocista era una dictadura
libero-conservadora. Muy tarde, en los años 60 del siglo pasado, la
oligarquía conservadora comenzó a desmarcarse del somocismo porque
se vio amenazada por el monopolio económico de la familia Somoza,
pero siempre pensó en recuperar sus viejos fueros como dueña y
señora de la finca colonial que según ella era Nicaragua. Según
ese sistema, ambos partidos se repartían los asientos en la Asamblea
Nacional y en todos los tribunales del país, siempre con mayoría
para el partido del dictador. En ese sistema somocista, la hoy
“heroína de los derechos humanos” de las ONG europeas en
Nicaragua, la señora Vilma Núñez de Escorcia, fue jueza.
Similarmente, la representante de la “sociedad civil” a la medida
de la ONG estadounidenses y europeas, Violeta Granera, hija del
senador somocista Ramiro Granera, viene de una familia archisomocista
por más que hoy en día intente ocultarlo diciendo que en su momento
apoyó la lucha sandinista (lo que es falso). El presidente favorito
de la “revolucionaria” exembajadora Eva Zetterberg, Enrique
Bolaños Geyer, viene de una de las familias más somocistas del
país, ligadas al viejo Partido Liberal que luego se convirtió en el
partido Liberal de Somoza para finalmente, en los años 80 y 90,
convertirse en el Partido Liberal Constitucionalista del tan
denostado (y corrupto) Arnoldo Alemán.
Por cierto, Arnoldo Alemán, de quien nadie disputa el hecho de
que sea un corrupto de altísimo vuelo, solo se convierte en un ser
malvado en los ojos de Halkjaer, Zetterberg y los golpistas
vernáculos, si hace algún tipo de acuerdo con Daniel Ortega. Sin
embargo, por un lado, no es el único corrupto de Nicaragua, ya que
Eduardo Montealegre, por ejemplo, fue el responsable del caso de los
Cenis, una quiebra bancaria que le hizo perder sus ahorros a lo poco
que quedaba de clase media en el país. Por otro lado, si Alemán es
tan malo, ¿cómo es posible que prominentes figuras del golpismo
"autoconvocado" sean o hayan sido miembros de su partido
PLC, como por ejemplo, el operador de la Usaid Félix Maradiaga (que
sirvió en el Ministerio de Defensa bajo el Gobierno de Alemán y
luego del de Bolaños) y el mal llamado "líder anticanal"
Medardo Mairena que es concejal de ese partido? El problema no es con
quién Daniel Ortega supuestamente se alía o deja de aliarse, el
problema es que el FSLN sigue una hábil política de maniobras con
el fin de aumentar sus probabilidades de llegar al poder. En
realidad, la demonización de Alemán le sirve a los golpistas para
desviar la atención sobre sus propias raíces somocistas, pero su
falta de proyecto de país los delata: No tienen nada que proponer.
Tuvieron 16 años para gobernar el país y casi lo destruyeron. Al
obligar al pueblo nicaragüense a votar bajo chantaje en 1990, los
Estados Unidos forzaron una situación en la que el poder político
quedó en manos de una pandilla de delincuentes. El Frente
Sandinista, con su poderoso movimiento de masas y su control de las
armas, en más de una ocasión pudo haber montado un golpe de Estado,
pero no lo hizo por la convicción de que no es con golpes de Estado
que se construye una nación y de que solo las mayorías políticas
son las que producen cambios duraderos.
De participar en ese brebaje neosomocista que es el golpismo
fracasado en Nicaragua no se escapan algunos renombrados
exsandinistas que traicionaron a su pueblo o que tal vez todo el
tiempo estuvieron en el Frente Sandinista como quinta columna de los
Estados Unidos. Tal es el caso del expresidente del mal llamado
“Movimiento Renovador Sandinista”, Edmundo Jarquín, que durante
la dictadura de Somoza fue dirigente de UDEL, el brazo político de
la oligarquía conservadora que hasta el último momento luchó por
que la dictadura fuera reemplazada por un “Somocismo sin Somoza”.
En realidad, todo el universo de los operadores golpistas gravita en
torno al retorno al somocismo, que no es otra cosa que el retorno al
país que era una finca en la que las oligarquías
libero-conservadoras se repartían las reses y los indígenas bajo la
mirada complaciente de la potencia colonial de turno. Esa Nicaragua
se acabó el 19 de julio de 1979 y no volverá jamás.
El derrotado y mal llamado “golpe suave” fue una traición a
gran escala contra el pueblo nicaragüense. El Frente Sandinista
regresó al gobierno tras las elecciones de 2006 por dos grandes
razones: La primera, por la insatisfacción general de la población
con el modelo neoliberal y la segunda, por la incapacidad de la clase
política neosomocista de poner a un lado sus apetitos personales de
poder y diseñar algún tipo de política nacional. Hay que recordar
que a inicios del nuevo siglo, y antes de que el comandante Daniel
Ortega asumiera la presidencia, nada funcionaba en Nicaragua: No
había agua, no había luz, no había transporte, la educación y la
salud estaban privatizadas, 8 de cada 10 personas ganaba menos de dos
dólares al día, y la economía estaba estancada, con ritmos mínimos
de crecimiento. Hasta los ricos estaban perdiendo dinero por culpa de
las políticas neoliberales recesivas.
En esas condiciones, el clamor general de la población no era
contra el capitalismo sino a favor de algo que realmente funcionase
para salir de la pobreza. En esos momentos de crisis aguda del modelo
neoliberal era factible creer en un acuerdo con algunas de las 12
familias de oligarcas con activos por cien o más millones de dólares
que controlan en gran capital en Nicaragua. Es totalmente falso lo
que afirma Halkjaer en el sentido de que la familia Ortega-Murillo
controla enormes cantidades de recursos, eso es una fábula. Lo
cierto es que el riguroso estudio del expresidente del Banco Central
Francisco Mayorga, “Megacapitales de Nicaragua” daba la siguiente
lista en el año 2007 (y que aún hoy en día es válida): Pellas
Chamorro, Chamorro Chamorro, Lacayo Lacayo, Baltodano Cabrera, Ortiz
Gurdián, Zamora Llanes, Coen Montealegre, Lacayo Gil, y los
residentes en el exterior Ernesto Fernández Holmann, René Morales
Carazo, José Ignacio González Holmann y Jaime Montealegre Lacayo.
Todos ellos hoy son apellidos de una u otra manera vinculados al mal
llamado “golpe suave”.
Estos megacapitales, que nacieron a la sombra de la dictadura
somocista, en los años 80 del siglo pasado en su mayoría emigraron
hacia los paraísos fiscales donde a la sombra de la especulación
financiera y el abundante lavado de dinero de la droga de Miami
crecieron hasta escalar varios peldaños en la liga centroamericana
del poder económico. Eran la oligarquía libero-conservadora
transformada, de oligarquía agroexportadora durante el somocismo en
oligarquía financiero-especulativa durante el neoliberalismo. Con la
Revolución de 1979 esos sectores perdieron el Estado-protectorado
del que habían gozado hasta entonces. Con la expropiación de los
bienes del somocismo, y aunque esta redistribución de la riqueza fue
revertida después de 1990, emergieron los sectores populares como
sujetos, no solo sociales y políticos, sino también económicos.
Las duras luchas por la tierra libradas después de 1990 por las
bases sandinistas, las de la Contra y las de ambos grupos en
conjunto, resultaron en que los trabajadores del campo y la ciudad
lograron retener muchas fincas y terrenos. Sectores enteros de la
economía que no eran atractivos para los capitales especulativos
pasaron a ser propiedad de la micro, pequeña y mediana empresa
familiar y asociativa.
Fue así, con el mandato ciudadano de buscar una alternativa para
salir de la pobreza, que se entabló una alianza entre el Gobierno
sandinista y algunas (no todas) de esas 12 familias de oligarcas. Fue
una alianza necesaria para el país, que le trajo una década de paz
y prosperidad nunca antes vista de 200 años de historia
independiente al punto tal que la Nicaragua de hoy en día es otro
país que la Nicaragua de 2006 convirtiéndose en uno de los países
de América Latina que más redujo la pobreza. Esa alianza se basaba
en amplias facilidades para la empresa privada con un acuerdo de
aumentar la (entonces inexistente) progresividad fiscal y acuerdos
periódicos y regulares con los sindicatos para revisar el salario
mínimo aumentando los niveles de consumo de la población pero sin
descuidar la rentabilidad de las inversiones. Asimismo, y dentro de
ese modelo, la gran empresa tendría participación en la definición
de todas las políticas (obviamente, no siempre imponiendo sus puntos
de vista). A cambio, el Estado, por medio de todo tipo de arreglos
internacionales, incluyendo al ALBA, gestionaría fondos para
realizar obras de inversión en todos los sectores, especialmente en
la energía, las obras de infraestructura, el desarrollo agrícola,
etcétera.
También, por su parte, el Gobierno sandinista aprovechó esa
década de paz para empoderar económicamente a los sectores
populares que habían accedido a tierras y terrenos durante las
décadas anteriores. Por ejemplo, solo entre 2007 y 2018 se
entregaron 100 mil títulos de propiedad y actualmente y hasta el
2021 se está trabajando en entregar otros 100 mil títulos, con lo
que se le da seguridad jurídica a cientos de miles de nicaragüenses.
El sector de la Economía Popular hoy en Nicaragua responde por el
80% del empleo, cerca de la mitad del PIB y el 60% del ingreso bruto
disponible. Controla la producción de alimentos, que en Nicaragua en
un 90% no hace falta importar porque son producidos en el país.
También controla servicios clave como el transporte colectivo,
urbano y rural y actividades económicas tan estratégicas para el
país como el turismo.
Aparte de inversiones en sectores como la energía y la
construcción, la oligarquía durante todos esos años en su mayor
parte se dedicó a fortalecer su papel importador y especulativo
alienándose cada vez más de la economía real del país, en la que
los sectores populares de micro, pequeños y medianos empresarios
(individuales, colectivos, familiares y comunitarios) iban alcanzando
un peso cada vez mayor. En realidad, ese sector de la economía
popular más el Estado y los inversionistas extranjeros eran los que
garantizaban casi todo el empleo en el país mientras que la
oligarquía era la que se llevaba la mayor parte de la riqueza
generada. Siempre trataron de pagar la menor cantidad de impuestos
posible, y el verdadero problema con la reforma de la Seguridad
Social en el país, no era que fuera un paquete neoliberal contra la
población, sino que la burguesía nicaragüense no quería aumentar
su cuota de las aportaciones. Es una gran mentira que Halkjaer repite
en su artículo, el que esta reforma fuese a beneficiar a los ricos.
Es cierto que bajaba en un 5% las jubilaciones, pero a cambio de esto
daba a los jubilados cobertura en medicamentos y garantizaba las
pensiones de aquellos que no tenían suficientes años trabajados
(una variante de lo que en Suecia se llama “garantipension”). A
cambio de esto se aumentaban las aportaciones de los trabajadores con
mejores salarios así como las de las grandes empresas de la
oligarquía.
En realidad, la gran burguesía de Nicaragua nunca quiso cumplir
su parte del trato y pagar impuestos. Hoy en día hay razones para
sospechar que esta oligarquía traicionó a toda la sociedad al no
cumplir su parte del trato y más bien conspirar durante largo tiempo
para derrocar al Gobierno con el que supuestamente estaba en alianza
y del que sacaba fabulosas ganancias. Aparentemente, las grandes
familias de oligarcas razonaron que preferían un país en ruinas con
jugosos dividendos monopólicos que un país próspero y desarrollado
productivamente. Se equivocaron, se lanzaron a la aventura golpista
que planificaron sectores de poder estadounidenses y europeos, y
perdieron. Creyeron que aún controlaban un país que ya había
cambiado profundamente frente a sus narices.
La década de alianzas entre sectores del gran capital y el
Gobierno sandinista fue muy positiva para Nicaragua y para el pueblo
nicaragüense, y le otorgó fuertes mayorías políticas gracias a
sus logros, pero trajo también sus costos. Uno de ellos fue la
relativa despolitización de la sociedad. Decimos que esta
despolitización fue relativa, porque la respuesta popular al golpe
en realidad mostró que el pueblo comprendió cabalmente de los
intereses en pugna. El pueblo nicaragüense en realidad, y a causa de
su historia, tiene un elevado nivel de conciencia política. Sin
embargo, la alianza con sectores del gran capital llevó a muchos a
creer que la política económica del Gobierno era la política de
esos sectores. El partido en ciertos casos perdió dinamismo, se
“aflojó”, cayó en dinámicas autocomplacientes, fue infiltrado
por los golpistas y perdió contacto con sectores de la juventud que
habían sido designados como prioritarios por los estrategas del
golpe.
Antes de continuar con este análisis, debemos dejar claro que la
versión de Halkjaer sobre una rebelión popular en contra del
Gobierno sandinista es una fábula. No hubo miles de muertos y
heridos. No hubo represión con bala viva de la Policía contra
estudiantes desarmados. Los golpistas no estaban desarmados. Los
primeros muertos ni siquiera fueron manifestantes
antigubernamentales. La Policía Nacional, hija de la Policía
Nacional Sandinista de la década de los años 80, primero se corta
una mano que torturar a alguien. Lo que tuvo lugar no fue una
rebelión espontánea sino una conspiración largamente preparada.
Quien quiera las evidencias de estas afirmaciones, que consulte el
libro
“Nicaragua 2018”.
Contrario a la versión de los
golpistas, a través de estadísticas de diversas fuentes en
incontables visitas y entrevistas con las víctimas la Comisión de
Verificación, Justicia y Paz ha logrado constatar 253 muertes
confirmadas en conexión con el golpe. De esas, 48 fueron
identificadas como sandinistas y 22 como oficiales de la Policía.
Solo 31 muertes pudieron ser confirmadas como pertenecientes a los
grupos opositores. Del total de muertos, en 152 casos no se pudo
constatar su afiliación política, y se estableció que 140 de las
muertes ocurrieron en conexión con los cientos de tranques puestos
por los golpistas, en los que se cometió todo tipo de crímenes,
desde robos y violaciones hasta secuestros y asesinatos. Las cifras
de 400, 500, 1000 y más muertos que han aparecido en los medios son
fabricaciones, generalmente debidas a que los medios y las ONG
golpistas tomaban cualquier muerte que ocurriera en el país, así
fuera una pelea entre borrachos, un choque o un ataque al corazón de
una persona en la tranquilidad de su hogar, como producto de la
represión estatal.
Hay
que decir que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos jugó
un papel totalmente parcial en su visita a Nicaragua. Sus
funcionarios eran miembros de las mismas comisiones tóxicas de
Derechos Humanos que formaban parte del plan golpista. Sus
personeros, como el señor Paulo Abrāo, en su visita al país
realizaron arengas a favor de la oposición y se negaron a oír las
quejas de los sandinistas. Organismos como Amnistía Internacional
jugaron un papel bochornoso, por ejemplo, como cuando Bianca Jagger
se hizo eco de la totalmente falsa información de que había una
avioneta fumigando veneno contra la población de Masaya. Otro tanto
hicieron los medios occidentales, con casos emblemáticos como el de
una de las reporteras estrella de la cadena Univisión posteando
selfies en su cuenta de Twitter con los emblemas de los golpistas.
El 18 de abril no hubo ningún
muerto, ni estudiante ni de otro tipo. Esa fue parte de la
campaña de desinformación
del plan golpista. Las
primeras cuatro víctimas mortales del golpe ocurrieron el 19 de
abril, no eran opositoras ni eran estudiantes. Fueron Hilton
Rafael Manzanares, policía asesinado en el sector de la Upoli;
Richard Pavon Bermúdez, adolescente miembro de la Juventud
Sandinista asesinado defendiendo la alcaldía en Tipitapa y Darwin
Manuel Urbina, trabajador del Palí muerto en las cercanías de la
Upoli a causa de una bomba (lo confirma un reciente vídeo del
momento del crimen) y Cristian Emilio Cadenas, militante de Juventud
Sandinista asesinado durante al quema del Centro Universitario CUUN
en León el 20 de abril.
En las universidades, después de los primeros tres días de
protestas, y tras el anuncio del presidente Daniel Ortega del retiro
de la entonces criticada reforma del INSS, dejaron de haber
estudiantes y fueron ocupadas predominantemente por activistas
golpistas de la derecha, gente en muchos casos adulta, miembros del
mal llamado “Movimiento Renovador Sandinista”, cuadros de ONG
financiadas por la Usaid y bandas delincuenciales.
Durante 17 días, del 23 de abril al 10 de mayo, la oposición
organizó tres grandes marchas y en ellas no hubo un solo muerto
reportado por ninguna de las partes. Solo en la Universidad
Politécnica Upoli el 8 de mayo fue asesinado un ciudadano de un
disparo en el cuello proveniente de un arma hechiza. ¿Por qué
reanudaron las muertes de manera súbita el 9 de mayo? Fue en
relación a la decisión del Gobierno de ordenar a todas las fuerzas
policiales a acantonarse en sus barracas producto de los diálogo. La
oposición golpista, por su parte, no cumplió con su palabra de
desmontar los tranques. La verdadera masacre de ciudadanos comenzó a
partir de ese momento y fue entonces que los golpistas mostraron su
verdadero rostro.
Al inicio nadie sabía exactamente qué creer. ¿Había disparado
realmente la Policía contra los estudiantes? ¿Era cierto que la
Juventud Sandinista estaba reprimiendo a la población? ¿No era
acaso un atropello bajarle la jubilación a los pobres viejitos? A
las primeras manifestaciones organizadas por los golpistas fue mucha
gente, incluso hubo sandinistas que fueron, especialmente porque eran
llamadas en nombre de la paz por los obispos, algunos de los cuales
se pensaba querían jugar un papel mediador, pero pronto se vio que
no era así. A través de las propias primeras sesiones del diálogo,
que por cierto fue llamado por el Gobierno, se vio que el objetivo de
los golpistas era destituir al Gobierno, y eso no contaba con una
mayoría de la opinión pública. Las manifestaciones de la oposición
golpista al inicio fueron grandes, pero no tan grandes: entre 50 y
100 mil personas. Lo que no cuenta gente como Halkjaer es que luego
de las comparecencias del presidente Daniel Ortega en los medios el
21 y 22 de abril comenzaron las primeras grandes manifestaciones a
favor del Gobierno sandinista en Managua, de 30 mil, 50 mil y más
personas, no una sino varias veces a la semana, cada vez con más
participación ciudadana.
Nicaragua tiene 6.5 millones de habitantes y Managua, su capital,
tiene al menos 1.6 millones, un poco más que el área metropolitana
de Estocolmo. Quien diga que una revuelta de 2 mil autónomos en el
centro de Estocolmo rompiendo vidrieras significan un levantamiento
popular contra el sistema sería calificado de loco. Eso más o menos
es lo que sucedió, por ejemplo, cuando turbas en Managua convocadas
por Internet fueron a derribar algunas de las estructuras metálicas
ornamentales de 20 metros de alto conocidas como Árboles de la Vida.
Nunca hubo, como dice Halkjaer, una manifestación popular rodeando
el edificio del INSS. Lo que sí hubo fueron unos mil o dos mil, en
su mayoría pensionistas, que fueron a
defender
el edificio del seguro social y fueron acorralados por grupos armados
de lanzamorteros, armas hechizas pistolas, etcétera, que amenazaban
con ir a quemar el local.
La
población en general no quería violencia. En muchos lugares, al ver
la llegada de pandilleros al barrio a montar tranques mucha gente se
escondió en sus casas, pocos se atrevieron a hacer resistencia. No
eran
grandes grupos de manifestantes de la derecha buscando quemar las
casas de los sandinistas sino más bien piquetes de sujetos armados y
apertrechados los que sembraron el terror, por ejemplo, en casas del
barrio indígena de Sutiava que intentaron quemar. Poco a poco, las
estructuras de sandinistas en los municipios se fueron organizando
para resistir los taques de los grupos golpistas que en el languaje
popular recibieron el apodo de “zombis”
y “vampiros” porque solo salían al caer la noche buscando como
hacer el mal (por eso la referencia mal citada de Halkjaer a la
vicepresidenta Rosario Murillo que ciertamente les llamó vampiros en
una de sus alocuciones).
Poco a poco la población, que en
un inicio no sabía qué creer, dada la enorme cantidad de rumores
que circulaba, terminó exigiendo que la Policía abandonara sus
barracas y levantara los tranques en todo el país, lo que ocurrió
en un período bastante corto dada la falta de apoyo popular de los
golpistas. Tan pronto la
situación de seguridad se comenzó a aclarar las calles se llenaron
de banderas sandinistas y la gente ni siquiera esperó que viniera la
Policía a levantar los tranques sino que empezaron ellos mismos a
desmontar las barricadas que los golpistas, ahora en retirada, habían
construido.
Sobre
los denominados “paramilitares” existe una grosera campaña de
mentiras. En primer lugar, en la legislación nicaragüense existe la
Policía Voluntaria, una institución que ha existido desde los años
80 y que es parte del exitoso modelo de seguridad ciudadana que la ha
valido al país tantos elogios –hasta de Suecia. Sí hubo
ciudadanos civiles que apoyaron a la Policía a levantar los
tranques. Y sí es cierto que llevaban máscara, igual que todas las
fuerzas de seguridad del mundo (incluso las de Suecia), especialmente
tomando en cuenta que los golpistas tenían por hábito amenazar a
las familias de todos los policías y de todos los sandinistas. Es
una absoluta mentira que la Juventud Sandinista estuviera involucrada
en actividades de represión, ni contra estudiantes ni contra la
población en general: No estaba entrenada en ningún tipo de
actividades de lucha callejera, su trabajo desde que el FSLN retornó
al Gobierno ha sido participar en programas sociales, culturales y
deportivos en beneficio de la población, por ejemplo, organizando
festivales, llevando láminas de zinc a afectados por las lluvias o
participando en jornadas de limpieza. Sí existe abundante evidencia
de que los golpistas se vestían con camisetas de la JS para realizar
actividades de bandera falsa con el fin de culpar al Gobierno.
De
mayo-junio a diciembre Nicaragua vivió un período de intensas
movilizaciones políticas. En Managua se sucedían las
manifestaciones de apoyo al FSLN que cada vez eran más masivas. El
19 de julio, 400 mil personas llenaron la Plaza de la Fe al tiempo
que en cada cabecera departamental miles de personas celebraron
el aniversario de la Revolución. Los golpistas, al señalar a todos
los sandinistas, despertaron a un gran oso que estaba algo dormido, y
con ese oso también han despertado a todo un pueblo. El período de
juicios a los principales operadores del golpe fue un proceso de
aprendizaje por medio del cual la población en su conjunto fue
conociendo los detalles de lo que verdaderamente había sucedido. La
huida en masa de nicaragüenses al exterior de la que hablan
propagandistas golpistas como Erik Halkjaer es una ficción. Las
mismas autoridades costarricenses en voz baja han reconocido que la
mayoría de los 60 mil solicitantes de asilo nicaragüenses que dicen
tener en su territorio son personas que ya estaban en Costa Rica
antes del golpe y no tenían papeles. El papel de Acnur en toda esta
tragedia es especialmente bochornoso.
A inicios del año, ya con el
país totalmente normalizado, el Gobierno accedió a unas
negociaciones con la oposición golpista tendientes a su
reincorporación a la vida cívica del país. Con el Nuncio
Apostólico y un enviado de la OEA como garantes, así como con la
colaboración de la Cruz Roja Internacional, se llegó a una serie de
acuerdos que en la práctica solo el Gobierno cumplió, como la
liberación de los presos y la repatriación de los exiliados (con el
apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja). A todo esto, la
oposición golpista se ha negado a condenar la Nica Act, una ley que
promueve el veto de Estados Unidos a todo préstamo al desarrollo
para Nicaragua en los organismos internacionales (curiosamente, a
Erik Halkjaer se le olvidó mencionar esta ley en su artículo).
También se ha negado a
cumplir con el requisito de solicitar permiso formal para hacer
manifestaciones tratando de generar situaciones de confrontación con
la Policía que puedan utilizar con fines de propaganda en el
exterior. Lo cierto es que no tienen fuerza para organizar nada
porque no tienen apoyo.
Los golpistas buscaban un cambio
de régimen, y ese cambio ha tenido lugar: Ya el gran capital no está
representado en ninguna instancia consultiva del Gobierno y ha sido
reemplazado por el Consejo Nicaragüense de la Micro, Pequeña y
Mediana Empresa (Conimipyme) que representa a la verdadera empresa
privada del país. Ahora son los productores libremente asociados
(como diría Marx) los que, en conjunto con los movimientos sociales
y los sindicatos de asalariados, discuten todos los temas
importantes, desde el salario
mínimo hasta las políticas sociales.
El país se está recuperando.
Para este año se espera haber frenado el grave daño económico
causado por el “golpe suave” para en 2020 retomar la senda del
crecimiento. Cabe destacar que no hay ninguna señal de caos en los
precios ni en los tipos de cambio, lo que sin duda habría sucedido
si la narrativa de los golpistas sobre que “nada está normal”
fuese cierta. En cuanto a los
golpistas, se irán extinguiendo de a poco en toda su insignificante
estridencia, no importa cuánta ayuda reciban de Gobiernos europeos o
de Estados Unidos. Las
elecciones del 2021 cumplirán con los más exigentes estándares en
la materia, pero lo más probable es que igualmente sean boicoteadas
por los golpistas. No importa, no es por ellos que se celebran las
elecciones, sino por el pueblo.
Más de 6.000 comisiones de paz en todo el territorio nacional,
formadas por líderes comunitarios, pastores y religiosos se encargan
de brindar asistencia psicológica, espiritual,
social y económica a todas las víctimas de uno u otro bando. Hay un
programa de viviendas que lleva el nombre de Bismarck Martínez,
sandinista secuestrado, torturado y asesinado por los golpistas, que
está garantizando 50 mil viviendas dignas a personas de los sectores
más humildes. Antes del 2007 solo el 45 por ciento de las familias
nicaragüenses disponían de energía eléctrica. Hoy ya andamos por
el 97%. La cobertura de agua
potable y saneamiento en el campo y la ciudad se han duplicado del
2007 a la fecha.
Tal vez otros puristas tengan criterios más refinados y estrictos
para una revolución, pero para pueblos que llevan 500 años de
espera y resistencia,
esos resultados son de los que vale la pena luchar y sacrificarse
para obtenerlos.
A la
ola de derecha en América Latina ya no le queda mucho tiempo. Con
México y Argentina bajo administraciones progresistas, a los Estados
Unidos les será muy difícil seguir usando a la OEA como dócil
“ministerio de colonias”. Los gobiernos neoliberales en América
Latina están sostenidos por soportes muy débiles, no pueden ofrecer
nada distinto, sino peor, a aquello que ofrecían hace 20 años y que
provocó una ola que los barrió del mapa. Estados
Unidos va hacia la peor crisis de toda su historia. Por
su parte Nicaragua, segura de sus raíces sandinistas y con un
proyecto claro de qué es lo que quiere para el futuro, se prepara
para navegar las inciertas aguas de este siglo XXI en las puertas de
la crisis terminal del imperio estadounidense, pegada a la tierra y
priorizando lo importante: su gente. Dijo
Martin Luther King: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo
hoy todavía plantaría una flor”, y
eso mismo hace el pueblo nicaragüense.
No sabemos qué va a pasar mañana con el mundo. Por eso Greta
Thunberg en Suecia llama
a hacer huelga en las escuelas. Mientras
tanto, también en Suecia, pseudoperiodistas como Erik Halkjaer y
tristes exembajadores como Eva Zetterberg se dedican a agredir a los
pueblos que son víctimas de la inmoral injusticia climática que
impera en el planeta.
Duele escribir sobre Suecia, esa
Suecia que se está despeñando hacia el fascismo con cada día que
pasa, esa Suecia traicionada por una socialdemocracia que hace mucho,
mucho tiempo, en 1982, votó a favor de una "noche maravillosa"
[nombre dado a una reforma
fiscal neoliberal] para los
especuladores de la bolsa y que desde entonces mató a Olof Palme y a
mucha más gente valiosa. Esa Suecia del Lasermannen (1),
del "drag under galoscherna" (2),
del "bevara sverige svenskt" (3)
que hoy se han convertido en
"hushållsnamn" [“expresión
en boca de todos”],
esa Suecia que hoy tiene que elegir entre ser de la OTAN o plegarse
al fascismo (¿Cuál es la diferencia?) y donde el antirracismo ha
sido
degradado a elegir entre
Nyamko Sabuni y Mauricio Rojas
[políticos de derecha con raíces inmigrantes],
y donde hablar de sionismo es sinónimo de antisemitismo. Esa Suecia
de antiguos comunistas que hace mucho se quitaron la "K"
[de “kommunist”] y
de otros que quieren usar la "K" como pretexto para ponerse
el traje gris de las "fasci di combattimento".
A nosotros nos duele mucho, porque la Suecia de Palme ayudó mucho al
pueblo nicaragüense. No nos ayuda a entender que Antonio Gramsci nos
explique que es un problema de hegemonía: La hegemonía del gran
capital financiero, de esa "pequeña y hambrienta bestia
imperialista", de la que hablaba C.-H Hermansson (4),
(otro que también se supo "adaptar a los tiempos"). Si
vamos a hablar de traiciones, no hay pueblo más traicionado y
defraudado que el sueco.
Notas:
(1) Lasermannen: A
sesino
en serie que a inicios de los
años 90 mató e hirió gravemente a inmigrantes con una pistola
láser.
(2)
Drag under galoscherna:
“Zuecos con agarre”. Lema
del movimiento xenófobo “Nueva Democracia” en los años 90.
(3)
Mantengamos a Suecia Sueca:
Movimiento racista sueco de los años 80.
(4)
C.-H Hermansson: Secretario
general del Partido Comunista de Izquierda (VPK) sueco en los años
60. Hizo varios estudios sobre el imperialismo sueco y sobre las 15
familias que en esos momentos controlaban el poder económico en
Suecia. Falleció en 2016, lejano a las ideas antiimperialistas que
mantuvo la mayor parte de su vida.