Por Fabrizio Casari, El 19 Digital.
Las palabras del Papa Francisco contra la Nicaragua sandinista han despertado estupor en unos casos, consternación en otros.
Al criticar la decisión de la autoridad judicial de imponer una dura
pena de prisión a monseñor Rolando Álvarez, Francisco ha ido mucho más
allá de lo que permite el lenguaje eclesial, y mucho más allá de lo que
sugiere la razonabilidad.
Ha acusado al Presidente Daniel Ortega y a la Vicepresidenta Rosario Murillo de
«desequilibrio», pero las declaraciones verdaderamente desequilibradas
parecen ser las suyas, sobre todo cuando se lanza a una comparación tan
temeraria como antihistórica – posiblemente fruto del rencor y no del
conocimiento – entre la Nicaragua de 2023 y la Rusia de 1917 o la
Alemania de 1935. Una comparación verdaderamente burda, carente de
profundidad, impracticable en términos de texto, contexto, historia y
escala. Un cuento de bar más que un argumento impregnado de sabiduría
milenaria como el que un Papa debería ser capaz de sostener.
Es fácil recordarle al Papa con qué precisión el Vaticano debería
conocer las diferencias entre distintas fases históricas e ideologías
opuestas. Si no por conocimiento académico, al menos por experiencia
directa, ya que la Iglesia católica fue enemiga implacable de la
Revolución rusa como de cualquier otro proceso de liberación que liberó
a Europa de las monarquías, mientras que fue la principal
aliada del nazismo. Con la bendición del Papa Pío XII y el apoyo de las
monarquías, el nazismo escenificó el Holocausto y la ocupación militar
de gran parte de Europa, acompañando su cadena de horrores con su fétida
presencia. Así que es precisamente el Papa quien debería tener más
equilibrio a la hora de valorar los grandes hechos de la historia, tanto
cuando produjeron la irrupción de los principios de equidad y justicia
como cuando se manifestaron como inmensas tragedias.
Francisco no es un historiador cierto, pero al menos la historia del Vaticano debería conocerla.
Una historia de horror y derramamiento de sangre, de ferocidad y
crímenes que siempre han quedado impunes, una historia de opresión y
represión, de ignorancia cósmica y prejuicios supersticiosos con los que
ha mantenido a una parte del mundo ignorante de cualquier conocimiento
científico, de cualquier ética que no fuera la de la sumisión. Bajo sus
ropajes, la historia del Vaticano cuenta los mayores crímenes de la
historia cometidos al levantar la cruz.
Desde las cruzadas hasta la evangelización forzada de América Latina,
que el Papa no puede ignorar. Como jesuita, no puede ignorar tampoco la
inquisición deliberada de su fundador, Ignacio de Loyola. Como
argentino, no puede ignorar el apoyo del Vaticano a las dictaduras
militares de Videla y Pinochet, de Somoza, Rios Mont, Stroessner y
Banzer. El cardenal Pío Laghi bendijo los vuelos de la muerte ordenados
por Massera que descargaban prisioneros torturados en el Río de la
Plata. Y hoy a todo este horror se suma la impresionante cadena de
crímenes sexuales. Y a todo este horror se suma hoy la impresionante
cadena de delitos sexuales, así como el vergonzoso suceso histórico que
demostró la vinculación empresarial y monetaria entre su banco – el IOR
(Institudo Obras Religiosas) – y la criminalidad mafiosa italiana.
El Papa describió al obispo Rolando Álvarez como un «hombre
muy serio, muy capaz», olvidando o pretendiendo olvidar el papel del
obispo en el golpe de 2018 y, más aún, el intento de reavivar
la oposición golpista en Nicaragua utilizando el púlpito de la iglesia
para sus vulgares mítines en los que llamaba regularmente a la revuelta
contra el gobierno. Se le ofreció la posibilidad de abandonar Nicaragua
en el mismo vuelo de los golpistas convertidos en emigrantes, pero se
negó a marcharse. La vocación hacia el martirio fingido, después de
todo, siempre ha sido una de sus pasiones.
El obispo de Matagalpa no es un preso de conciencia ni una víctima
del choque entre institucionalidad y subversión en el país
centroamericano. Ha sido y es un actor activo en el proceso de
reorganización de la derecha golpista. Monseñor de conocidas simpatías
fascistas y ego hipertrófico, desprovisto de toda dimensión espiritual y
ávido de protagonismo político, intentó construir una serie de
provocaciones para contaminar la vida civil del país y producir un clima
de confrontación. El plan consistía en transformar la basílica de
Matagalpa en lugar de encuentro y referencia de toda la oposición y de
los golpistas de la ciudad. Desde la basílica saldrían las
provocaciones, en un crescendo de tensión que configuraría a monseñor
como líder de la oposición, papel con el que también lanzaría su
candidatura a la cumbre de la Conferencia Episcopal. Para ello, Álvarez
había dispuesto el uso de su sistema mediático privado, que debía, con
robustas inyecciones de mentiras y falsas alarmas, generar atención para
él y su guerra contra el gobierno.
La pérdida de la inocencia
Es realmente difícil acusar a Nicaragua de falta de sensibilidad ante
los motivos de una iglesia que quiere dedicarse al compromiso
espiritual y pastoral. El Frente Sandinista siempre ha reconocido un
papel central a la Iglesia en el acontecer político del país, aceptando o
proponiendo un papel mediador y reconociendo su utilidad social y la
necesidad de apoyarla. Y esto a pesar de que la historia de la iglesia
nicaragüense nunca ha brillado por el progresismo, ni mucho menos.
Incluso en el affaire político de la intentona post golpista de 2018,
Managua ha ofrecido reiteradamente a la Santa Iglesia Romana
disposición al diálogo a cambio de una postura clara del Vaticano,
exigiendo respeto a las reglas democráticas del país y la no injerencia
en sus asuntos políticos de las instituciones religiosas. Una postura
objetivamente compartible y sensata, que reconoce en el principio de
separación de funciones la condición de una posible convivencia.
El Vaticano tiene preocupaciones comprensibles sobre Nicaragua. Tenía
un papel importante que, por decisión propia, para complacer los
instintos reaccionarios y fascistas de la Iglesia de Roma, optó por
abandonar en favor de una confrontación abierta con el sandinismo.
Debido al altísimo nivel de religiosidad de la población nicaragüense,
se había reconocido a la jerarquía eclesiástica un papel destacado en la
conducción del país. Financiación pública de sus actividades, apoyo del
gobierno y asignación de un papel de interlocutor y referencia
permanente en un modelo de gobernabilidad compartida.
Hoy, la demostración del papel que desempeñaron en el golpe cavó un
surco infranqueable entre los fieles y la jerarquía eclesiástica. Se
hicieron pasar por mediadores mintiendo pero fueron la dirección de la
intentona de golpe. Las grabaciones de audio y vídeo de
sacerdotes dando instrucciones a los golpistas para ocultar el cadáver
de un policía quemado vivo bajo una barricada, o de otros agitadores con
sotana invitando a la guerra, dejaron una profunda huella en la
población nicaragüense. El progresivo dominio de las iglesias
evangélicas y la crisis de membresía de la Iglesia Católica han reducido
el peso específico de la CEN, y el fin de la financiación estatal,
unido a la pérdida de su papel político, colocan a las jerarquías
eclesiásticas al borde de una crisis de rol y de perspectiva. Y la
situación es susceptible de agravarse aún más por la reducida, casi nula
capacidad de interdicción de la Iglesia, ya que el propio gobierno,
considerándose libre de todo reparto y respeto de las sensibilidades
religiosas, podría proceder a reformas que condujeran progresivamente a
un perfil laico aún más acusado del sistema jurídico y legislativo.
Las palabras del Papa parecen confirmar cómo el Vaticano ha decidido
tomar en sus manos la oposición al gobierno sandinista. Con el fin de la
apariencia neutral y el perfil exquisitamente religioso en favor de uno
eminentemente político, se pretende llenar el vacío dejado por el golpe
de Estado que ha abandonado el país. Pero Nicaragua tiene claras sus
respectivas funciones y responsabilidades. La Iglesia es responsable de
proteger las almas, el sandinismo de proteger los cuerpos. Quienes
piensan ejercer presiones y amenazas, convencidos de que el temible peso
de la institución católica pueda doblegar a Managua, cometen un
imperdonable error que afecta al presente y al futuro de las posibles relaciones.