(Foto: ABC Color) |
El factor fundamental que afectará el desarrollo de América Latina y el Caribe en los próximos cinco años, al igual que en el resto del mundo, será el progresivo declive del poder y la influencia de Estados Unidos ante el nuevo mundo multipolar liderado por China y Rusia. En los próximos dos años, es probable que el poder y la influencia de Estados Unidos se encuentre en una crisis económica y ambiental tan profunda que sus élites corporativas gobernantes habrán perdido en gran medida su capacidad actual de destruir fácilmente la posibilidad de un buen desempeño para todos los demás.
Una revisión de los acontecimientos en la región sugiere que, si bien la situación económica de Nicaragua será difícil en los dos años antes de las elecciones presidenciales de 2021, la población del país está mucho mejor situada que la de otros países de la región para sobrevivir al estancamiento económico mundial en desarrollo, que ya se siente como una recesión. Una mirada a otros países centroamericanos deja esto muy claro. Bajo su nuevo Presidente Nayib Bukele, adepto de la farulla y poco convincente, es muy probable que El Salvador se convierta en un caso más, desde la perspectiva de su mayoría empobrecida, del fracaso neoliberal, parecido a Honduras y Guatemala, con una crisis social cada vez más profunda y una economía desesperadamente desigual.
En Honduras, el presidente Juan Orlando Hernández se enfrenta a una crisis política cada vez más profunda impulsada por el empobrecimiento de la población y el aumento de la injusticia y la desigualdad, a lo que su respuesta preferida ha sido la misma represión contraproducente y extremadamente violenta que ha caracterizado a Honduras desde que Estados Unidos apoyó el golpe de Estado en 2009. Guatemala tiene elecciones a finales de este mes con la posibilidad de una victoria de Sandra Torres, una candidata relativamente progresista en el contexto regional. Pero incluso un nuevo presidente progresista y capaz no tendrá las posibilidades para resolver los problemas económicos y sociales del país. En los tres países, la intervención directa de Estados Unidos en sus asuntos internos es como la "mano muerta" feudal y ahoga las perspectivas de una reforma económica progresista, equitativa y sostenible.
Después de décadas de un cada vez más fuerte resentimiento popular, reprimido por los abusos de la élite neoliberal del país, ejemplificado por la persona del desgraciado ex-Presidente Oscar Arias, Costa Rica está experimentando un creciente malestar social bajo el gobierno del presidente Carlos Alvarado. También allí, la determinación de las clases dominantes del país de hacer que la mayoría pague por los fracasos políticos de sus gobiernos impide que el país desarrolle una economía exitosa e impide el declive de sus políticas sociales anteriormente exitosas. Por otro lado, en Panamá, parece que sus condiciones sociales y económicas se estabilizarán bajo un gobierno relativamente progresista liderado por el Presidente Laurentino Cortizo después de la incipiente crisis provocada por las políticas neoliberales de sus predecesores de centro-derecha.
Paradójicamente, Nicaragua ha vuelto a ser, social y económicamente, el país más estable y exitoso de América Central. Liderada por el Presidente Sandinista Daniel Ortega, su economía se ha recuperado con éxito de los intentos deliberados de los Estados Unidos de destruirla, tanto mediante sanciones como mediante el sádicamente violento fallido intento de golpe de estado en 2018. Si bien aún tiene que recuperar el éxito económico sin precedentes que tenía antes de abril de 2018, los indicadores sociales del país siguen siendo entre los mejores de América Latina, lo que refleja una sólida estabilidad subyacente basada en el apoyo popular mayoritario. No es de extrañar que esta realidad contradiga completamente la versión demencial de la fantasía que informan los medios de comunicación internacionales y las ONG occidentales.
En el resto de América Latina, todos los gobiernos de derecha de la región están en crisis, tal como lo predijo la mayoría de los análisis basados en la realidad en 2015 tras la estrecha victoria de Mauricio Macri en Argentina. Las políticas económicas neoliberales de derecha impuestas por Estados Unidos y las políticas sociales reaccionarias que as acompañan son completamente insostenibles. Las únicas políticas viables son las medidas progresistas y redistributivas que promueven la igualdad, centradas en las necesidades integrales de la persona humana, es decir, la más pura antítesis del neoliberalismo que promueve como prioridad las ganancias monetarias de las grandes corporaciones transnacionales. Es por ese motivo que los países revolucionarios como Cuba, Nicaragua y Venezuela han podido hasta ahora resistir la agresión de Estados Unidos y ofrecer a sus poblaciones mejor atención de salud y educación que sus países vecinos con gobiernos de la derecha, a pesar de ser víctimas de las agresivas sanciones anti-humanitarias y anti-democráticas de Estados Unidos y, en el caso de Venezuela en particular, de la Unión Europea.
En cualquier caso, ahora, al igual que los gobiernos progresistas sufrieron el descontento popular tras la recesión mundial después de 2008, los gobiernos de derechas sufrirán una creciente reacción de descontento provocada por su incapacidad total para evitar los malos resultados sociales y económicos de la actual recesión internacional en desarrollo. A finales de este año, el frente progresista de la región se verá impulsado, casi con toda seguridad, por la reelección del exitoso gobierno de Evo Morales en Bolivia y, en el supuesto de que se celebren allí elecciones libres y justas, por un nuevo gobierno progresista en Argentina. Eso significa que, de aquí a 2020, el bloque que se resiste a la política regional de Estados Unidos incluirá muy probablemente a Argentina, Bolivia, Cuba, México, Nicaragua, Uruguay y Venezuela, mientras que Panamá, Surinam y la mayoría de los países de la Caricom probablemente serán neutrales.
Eso significa a su vez que las votaciones en la OEA para las posiciones de EE.UU. estarán muy por debajo de lo que EE.UU. necesita para hacer más daño del que ya ha hecho. Es probable que Argentina y Uruguay se pongan a reconstruir UNASUR y también trabajarán con México y otros países para reequilibrar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Además, a medida que fracasa la intimidación contraproducente de EE.UU. y aumenta la influencia ganar-ganar de China, Argentina, México y Uruguay bien podrían persuadir a los líderes políticos de Perú para que se desplacen hacia sus posiciones y se alejen de las de Chile, Ecuador, Paraguay y Brasil.
Todo esto empezará a suceder en serio en el primer semestre de 2020 y se consolidará en 2021. En 2020 hay elecciones nacionales en República Dominicana, Trinidad y Tobago, Guyana y Surinam. Es posible, pero poco probable, que un gobierno de derechas gane el gobierno en la República Dominicana, y es posible que un gobierno progresista sea elegido en Trinidad y Tobago. Es probable que un gobierno progresista gane en Guyana y que el partido gobernante en Surinam sea reelegido. En 2021, hay elecciones en Belice, Ecuador y Perú.
Belice casi siempre ha tendido a seguir el consenso de Caricom. No está nada claro que la derecha apoyada por Estados Unidos gane las elecciones en Ecuador tras el desastre de la traición de Lenin Moreno contra el exitoso legado de Rafael Correa. Tampoco está claro en el Perú cuál será el sentimiento popular a medida que la crisis política y económica perdura y el actual apoyo popular al tema de la anticorrupción pierde su atractivo en el contexto del creciente descontento social, económico y ambiental.
En cuanto al gigante continental, Brasil, su crisis interna se profundizará bajo el disfuncional régimen del Presidente Bolsonaro, e tal manera que probablemente sera incapaz de hacer más que tratar de arruinar el resurgimiento regional de políticas progresistas exitosas. En Colombia, si bien las élites gobernantes del país mantendrán sin duda su control político, es probable que los conflictos sociales, económicos y ambientales generen aún más inestabilidad de la que ya existe. Esto agudizará el contraste ya existente entre el sufrimiento genuino y generalizado y la falta de servicios básicos para la población de Colombia y la capacidad de Venezuela de alimentar y mantener los servicios básicos para su población a pesar de la feroz agresión de Estados Unidos.
Así que para cuando se celebren las elecciones en Nicaragua en 2021, es probable que las cosas se vean mucho mejor a nivel regional desde un punto de vista progresista de lo que se ven ahora. Dentro de cinco años, si el planeta y sus pueblos no han sido destruidos para entonces por una guerra mundial, es probable que quede claro en retrospectiva que el período 2015-2019 fue el último lanzamiento de los dados para que EE.UU. conservara su acostumbrado poder e influencia contra el implacable impulso fundamental hacia la emancipación de parte de la mayoría empobrecida de la región.
Fuente: http://www.tortillaconsal.com/tortilla/node/6628