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Por Jorge Capelán
El día sábado los organismos de la dictadura mediática occidental proclamaron ganador de los comicios en Estados Unidos al demócrata Joe Biden y el mundo pareció estallar en júbilo ante el fin de la era del "loco de Trump" tal y como se encargaron de retratar al todavía presidente los poderes mediáticos realmente existentes, desde NetFlix hasta la CNN, incluso con el apoyo de la progresía socialdemócrata planetaria.
En lo que respecta a Donald Trump, el "trumpismo" y la política del imperio, podemos constatar que existe un grave caso de confusión de las formas por el fondo. La mayoría de los observadores se han conformado con consumir las diversas (aunque monótonamente similares) versiones de Trump brindadas por los medios corporativos occidentales, entre ellos FoxNews, que muchos toman por "medio de Trump" pero en realidad no lo es. En resumen, se puede decir que el mundo ha conocido a Trump a través de las publicaciones de o sobre él que no han sido censuradas por Facebook y Twitter.
Lo que pocos han tratado de hacer es: 1) Pasar por alto los exabruptos verbales de Trump para entender qué es lo que en realidad está diciendo a propios y extraños y 2) Comparar sus acciones con las acciones estándard de los presidentes anteriores, que al entregar Obama la Casa Blanca nos heredaron un mundo con 8 guerras de alto calado: Libia, Siria, Somalia, Paquistán, Afganistán, Irak, Donbass (Ucrania) y Yemen. El "loco de Trump", por otro lado, es el primero en los últimos 60 años que no ha iniciado una guerra y el único que ha dicho que quiere desmontar la OTAN.
"El mundo respira": Se libró del "loco de Trump" para poner en su lugar a un presidente "sano". De hecho, Joe Biden, es notorio por ser un corrupto peon de las grandes corporaciones, “el senador de las empresas de tarjeta de crédito” del estado de Delaware.
Un lugar común que se repite constantemente estos días es que con la designación de Biden como presidente se abre un nuevo y mejor período para el mundo, que de ahora en adelante podrá concentrarse más el la salud pública y el cambio climático y menos en los inmigrantes. Lamentamos no compartir tan brillantes pronósticos. Biden se opone a abolir la desastrosa práctica de “fracking” de las grandes corporaciones petroleras, apoyó la decisión de Obama de abrir el Ártico a la exploración petrolera y trabaja para fomentar un “Nuevo Trato Verde” en base a acuerdos que favorecen soluciones corporativas y financieras al calentamiento global.
Biden ha dicho públicamente que no apoya atención de salud universal. Biden y Obama negaron su apoyo a más de 5 millones de ciudadanos que perdieron sus casas después del colapso financiero de 2008. Últimamente apoyaba el traslado de la riqueza más grande en la historia de la humanidad a favor de las élites corporativas y financieras en Estados Unidos con el mal llamado CARES Act. Este CARES Act rescató al sector plutócrata estadounidense de las secuelas financieras de la pandemia del COVID-19 pero apenas dejó algunas migajas de subistencia para la gran mayoria de la población.
En la política exterior de la administración de Obama, Joe Biden apoyó, votó a favor de e incluso participó activamente en prácticamente todas las guerras del imperio de los últimos 30 años: Ampliación de la OTAN a Europa del Este, las guerras de Yugoslavia, la guerra de Kosovo, Afganistán, Irak, Libia, Ucrania (donde convirtió a su propio hijo en magnate del gas, un escándalo suprimido por Facebook, Twitter y los grandes medios corporativos), Yemen... Aquí en Nicaragua le debemos "agradecer" a Biden el traicionero golpe de Estado del año 2018 ya que la administración Obama (de la que fue vicepresidente) desde el inicio estuvo organizando, financiando y dirigiendo el criminal (y por suerte derrotado) intento de subvertir la voluntad del pueblo nicaragüense. Durante largos años la embajadora de Washington en Managua, Laura Dogu, hacia afuera exhibió una cara angelical y habló de cooperación y diálogo, mientras que puertas adentro de la embajada repartía millones de dólares para la destrucción de Nicaragua.
De ser electo Joe Biden Presidente de los Estados Unidos, pensamos que se abre una etapa de serias amenazas para la humanidad y de renovados vientos de guerra por la combinación de cuatro factores: 1) El indetenible descalabro de la economía estadounidense, y en especial el progresivo declive del dólar como moneda de reserva mundial; 2) La agudización de las tensiones al interior de los propios Estados Unidos, un país desgarrado por conflictos de todo tipo con una organización política (unión de Estados) que no permite la resolución pacífica de los mismos (por ejemplo: ¿qué estado estaría dispuesto a renunciar a sus privilegios en aras del bien común?); 3) La agenda agresiva de los sectores globalistas que apoyan a Biden (Wall Street, Sillicon Valley, Hollywood, los medios y la "comunidad" de inteligencia) y 4) El peligro inminente de que estalle una guerra civil que de hecho en las actuales condiciones se convertiría en guerra mundial, cuando no global (las actuales elecciones, que han forzado al mundo entero a tomar partido por uno u otro bando, son un ejemplo de lo que podría venir).
El poder obtenido por los Demócratas en estas elecciones no le permitirá a Biden gobernar en paz, ya que los Republicanos probablemente retengan su mayoría en el Senado y aumenten su minoría en la cámara de representantes. Por sobre todas las cosas, tienen control de la Corte Suprema, lo que dificultaría en extremo hacer cambios, sobre todo aquellos que afecten los intereses de los sectores religiosos. En lo que respecta a los Estados de la Unión, la polarización política no podría ser mayor (con las costas este y oeste apoyando a los Demócratas y el centro del país a los Republicanos), e incluso la situación a lo interno de los Estados muestra enormes diferencias de orientación política entre las áreas urbanas y rurales.
El "trumpismo", como movimiento sociopolítico con arraigo en la clase trabajadora no se ha debilitado, al contrario. Una cantidad récord de gente salió a votar, pero lo hizo por uno u otro partido, desbancando así el mito de que una mayor participación electoral significaría una automática caída de los Republicanos. Los analistas superficiales señalan que Biden obtuvo una votación muy superior a la de Trump entre las minorías y las mujeres, pero Trump es el candidato republicano más votado por esos grupos desde 1960 aumentando en vez de disminuir ese apoyo con relación a las elecciones de 2016. El único grupo socioeconómico entre el que Trump perdió votantes con respecto a los anteriores comicios fue el de los hombres blancos con educación universitaria, mientras que entre los demócratas se ha fortalecido el voto de la clase media, especialmente entre las mujeres blancas con estudios.
En general se puede decir que la victoria electoral de los Demócratas es bastante pírrica y se da en condiciones de fuerte desgaste y con importantes alturas del poder (Senado y Corte Suprema) en manos Republicanas. En la calle, la base política que han movilizado los Demócratas apelando a una fuerte radicalización de los discursos de ciertos grupos (por ejemplo, las consignas de "desfinanciar a la Policía", el "derecho al saqueo" y otras) no dejará de ventilar su descontento con Biden, para nada caracterizado por la promoción de políticas progresistas, tal y como se encargó de demostrarlo Bernie Sanders en sus debates con Biden durante las primarias del partido demócrata. En la acera de enfrente, los partidarios de Trump se volverán aún más beligerantes, especialmente en la medida en que el gobierno Demócrata haga más estrictas las medidas de confinamiento y las restricciones con el pretexto de la pandemia de Covid-19 en apoyo a la agenda globalista promovido por el Foro Económico Mundial del “Gran Reajuste”.
Los analistas superficiales han cometido el error de tomar por válida la versión de Donald Trump que dan los medios monopólicos occidentales convirtiéndolo a él y a todos sus seguidores en una manada de retrógrados "negacionistas" de todo. Según esta versión Trump es lo que Hollywood, la CNN y FoxNews dicen que él es. En realidad, estos medios esconden, caricaturizan, marginan y criminalizan todo lo que Trump y sus seguidores dicen y hacen, mientras en cambio suprimen la histórica traición de las mayorías por el partido Demócrata desde la primera presidencia de Bill Clinton.
Otro error que se comete es el de tomar por propias de Trump declaraciones hechas por muchos de sus funcionarios que a menudo han resultado ser enemigos jurados suyos, como es el caso del ex asesor en política internacional John Bolton, o las de aliados suyos, como las del secretario de Estado Mike Pompeo, un hombre directamente vinculado al sector energético y gasífero y al lobby antichino, únicas facciones de intereses imperiales de cuyo apoyo depende Donald Trump.
No se puede decir que Trump sea un fascista aunque parte de sus seguidores tengan una ideología neonazi o supremacista. La diferencia entre el fascismo y cualquier otro movimiento pintoresco es que aquel es un producto de la burguesía y el imperialismo. El fascismo es nihilismo, reacción y autoritarismo más voluntad de poder imperial -- una voluntad de poder no basada en meras ideas y ambiciones, sino en fuerzas e intereses materiales. No se puede entender a Mussolini sin la intervención militar en Libia y sin los planes de restaurar el imperio romano. El fracking, el "big oil" y el "stop China" hoy no bastan para una agenda de dominación global. Los sectores decisivos hoy en día son los globalistas: las finanzas, el "big data", la tecnología, el "big media", etcétera, es decir, todos los sectores que se han coludido para apoyar a Biden.
En este contexto, el "Make America Great Again" salido de la boca de un presidente que promete "terminar con las guerras interminables" y "dejar de financiar a la OTAN" no significa una restauración del imperio estadounidense sino más bien la promesa de recuperar un pasado mítico de fortaleza económica, productiva, política y moral de la nación. Donald Trump es en realidad un populista de derecha. No tiene apoyo de la vieja guardia dominada por los neoconservadores del partido, que más bien apoya a Biden. Es un millonario inconformista de la élite, pero representa a amplios sectores de la clase trabajadora que lo apoyan desde perspectivas muy diversas, la mayoría de ellos profundamente desconfiados de todas las narrativas que vengan de lo que perciban como centros de poder y autoridad modernos.
Muchas de las personas que participan en los mítines trumpistas no lo hacen por motivos ideológicos. Los analistas cuya lente haya estado coloreada por los medios hegemónicos, en las manifestaciones de apoyo a Trump solo ven a un montón de nazis, negadores del cambio climático, misóginos, fanáticos religiosos, creyentes en la tierra plana y gusanos de Miami. No son capaces de ver los miles de rostros de personas de clase trabajadora hartas hasta la coronilla de las promesas progresistas de los últimos 50 años que han resultado en el constante retroceso del salario real y de las oportunidades de vida y en más y más guerras.
No son capaces de ver los miles y miles de rostros de todos los colores de trabajadores cuentapropistas y precarios impedidos de salir a ganarse el pan de cada día a causa de las draconianas medidas de la cuarentena. Se ríen de las quitas de impuestos de Trump pero no ven que esas quitas para muchos significan un alivio (aunque ese alivio en realidad sea mucho mayor para los más ricos). Ignoran o ridiculizan medidas como el alivio de las deudas de los estudiantes o la importante baja en el precio de las medicinas, o incluso el mero hecho de que se hayan creado más puestos de trabajo (por peor pagados que estos estén), pero para sectores populares cansados de décadas de promesas vacías de políticos del "establishment" demócrata y republicano, esas medidas representan logros concretos que defender.
Los detractores de Trump se sienten ultrajados por la negación del cambio climático, pero no quieren entender lo que la gasolina barata significa en la conciencia de amplios sectores populares (en este sentido, solo necesitamos reflexionar sobre lo difícil que ha sido eliminar los fuertes subsidios a los hidrocarburos en Venezuela, una medida económicamente imperiosa pero políticamente muy impopular).El “trumpismo” es un populismo, pero de derecha. Es anticomunista, antisocialista, conservador (aunque no totalmente fanático religioso), es nacionalista burgués (aunque no totalmente racista, como dice la CNN), es antifeminista (aunque no contrario a la participación de las mujeres). Es un movimiento lleno de desconfianza a todo lo que sea tecnocracia e ingeniería social –una desconfianza para nada falta de base en un mundo en el que se ha mercantilizado absolutamente todo. Es verdaderamente increíble como amplios sectores de la opinión mundial hoy en día se aferran a una concepción abstracta (metafísica) de “la ciencia” como algo puro e infaliblemente exacto cuando se sabe que ese ideal hoy en día ha sido totalmente supeditado a intereses capitalistas monopólicos.
Esto es cierto, especialmente en la medida en que las empresas multinacionales cada vez se han hecho más cargo del financiamiento de las universidades. La mayoría de los científicos hoy investigan sobre temas que son celosamente guardados bajo siete candados para proteger los derechos de propiedad de sus empleadores en abierta violación al método científico (y a sus propias conciencias como científicos). Lo que campea hoy en el mundo es la propaganda y no el debate científico. ¿Cómo no entender que haya amplios sectores de la población dentro y fuera de los Estados Unidos que sientan una profunda desconfianza de “la ciencia”.
Pero hay otra dimensión de esa desconfianza conservadora hacia la tecnocracia que tampoco es necesariamente reaccionaria: Es la experiencia concreta, vital, de amplios sectores de la población mundial que en los tiempos modernos han sido objeto de todo tipo de intervenciones de parte del Estado “por su propio bien”. Por ejemplo, tan diversos estados como Alemania, Suecia o los Estados Unidos, tienen todo un récord de intervenciones como esterilizaciones masivas, experimentos de todo tipo a gran escala, políticas de eugenesia (no solo por los nazis), políticas a menudo abusivas de separar a los niños de sus padres, etcétera. También la aplicación masiva del “big data” y de la vigilancia de las poblaciones, la implementación de poderosas tecnologías, desde la Inteligencia Artificial hasta la manipulación genética y la profusión de las radiaciones electromagnéticas producto de las modernas tecnologías son otras fuentes de preocupación de sectores que las vinculan a los intereses corporativos.
Quienes (correctamente) condenan al “trumpismo” por su negación del cambio climático a menudo son totalmente inocentes sobre las serias consecuencias ecológicas de muchas de las políticas globalistas, por ejemplo, cómo la profusión del uso de mascarillas ha llevado a un aumento de la presencia de plástico no biodegradable en los océanos y demás fuentes de agua. Las concentraciones en apoyo a Trump son señaladas como “focos de contagio” de la Covid-19 mientras que las mismas aglomeraciones en contra de Trump no son criticadas de la misma manera. La hipocresía no puede ser más evidente y no es para nada revolucionaria.
Pero vayamos ahora a la otra acera, la del movimiento de los “antitrumpistas”, que también tiene arraigo en sectores populares que con toda razón protestan contra el racismo y las medidas neoliberales. Ese movimiento ha sido cooptado por sectores que no tienen nada que ver con agendas populares. Es imposible no ver la profusión de páginas de la Fundación para la Sociedad Abierta de George Soros recabando fondos para el movimiento Black Lives Matter. Es un movimiento dominado por sectores socialdemócratas cercanos al partido Demócrata y por sectores inspirados en diversas variantes del trotskyismo –con perdón de herir ciertas susceptibilidades, ambas corrientes funcionales a los planes de la CIA a lo largo y ancho de la historia moderna.
Hoy en día, en un mundo dominado por las políticas de flexibilización cuantitativa, por la creación de dinero sin respaldo productivo y por el apalancamiento de una gran burbuja especulativa de la mano de las tasas de interés negativas, la socialdemocracia ya no es progresista. La idea de “salirse gastando de la crisis” a través de la creación de dinero sin un respaldo productivo solo es una política demagógica destinada a mantener el poder de una banca que hace rato dejó de cumplir con una función productiva. El poder de esa élite financiera, industrial-financierizada, informática, mediático-ideológica, ya no se puede sostener por la lógica del mercado y debe imponer sus intereses por medio de la dictadura directa de las corporaciones. ¿Cómo? Haciéndolo “por el bien de la humanidad”.
El objetivo del eje globalista Wall Street-Silicon Valley-City de Londres es mantener la supremacía occidental, de eso no debe cabernos la menor duda. Tan poco como los proteccionistas que apoyan a Trump, los globalistas tampoco desean ver a China convertirse en la cabeza principal del nuevo orden mundial. Sin embargo, difieren de los proteccionistas en la forma y los medios de mantener su dominación. Muchas empresas estadounidenses, por ejemplo Apple, están muy cómodas en seguir deslocalizando su producción en Asia en particular en China, lo que les brinda enormes beneficios y un amplio mercado, aún al precio de ver hundirse la competitividad de los propios Estados Unidos.
Lo que están tratando de hacer, especialmente con la pandemia, es patear el tablero de la economía mundial buscando una nueva manera de someter a China en virtud de su dominación del sistema financiero mundial y del dólar que, por el momento pero no por mucho más tiempo, seguirá siendo la moneda de reserva. Si para mantener sus privilegios del 0.01% tienen que prescindir de los Estados Unidos, lo harán, porque su patria es su pertenencia de élite, no un Estado Nación. Apuestan por el Estado Nación global en la forma de los organismos de una Organización de las Naciones Unidas que ya han corrompido de manera muy decidida y la tratarán de reformar a su manera.
Así aspiran a instaurar un nuevo “orden basado en las reglas”-las reglas de ellos- para darle poder a órganos de decisión como, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud, mayoritariamente dependientes del financiamiento de corporaciones privadas y no de los Estados Miembros o a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas dominado por los gobiernos de la OTAN. Utilizarían esos órganos como plataforma privilegiada para la injerencia en un imperio en el que la mayoría de los Estados se han visto reducidas sus soberanías al nivel de las alcaldías a la vez que intensifican sus políticas de contención contra Rusia y China.
El cambio climático que preocupa a las élites corporativas occidentales no es el que preocupa a los pueblos del mundo. En este contexto vale la pena recordar el exabrupto en Twitter de Elon Musk, dueño de la empresa de carros eléctricos Tesla, sobre el golpe en Bolivia: “Nosotros haremos golpes contra quien nos dé la gana...” Musk promueve la colonización humana de otros planetas mientras los pueblos del mundo luchan por un mañana en el que puedan vivir. Las élites globalistas sueñan con dos cosas: Un mundo transformado en su coto de caza privado, en el que de ser posible los pobres no existan físicamente, y una plataforma desde la cual puedan realizar sus sueños de élite, ya sea subirse en “la nube” y alcanzar la vida eterna, irse de paseo a Marte o conquistar el universo. En un mundo en el que los vehículos se manejan solos, el ser humano es cada vez más prescindible.
El primer paso para lograr ese sueño es decirle a la gente: “Quedate en casa”, el segundo es “Tomá este cheque para que te quedés en casa”. El problema es que ese cheque muy pronto será (ya está siendo) comido por la inflación y pronto las medidas para asegurar que la gente “se quede en casa” serán más y más represivas (ya lo están siendo). De más está decir que la implementación de ese proyecto será muy conflictiva, dentro y fuera de los Estados Unidos, ya que tanto el pueblo estadounidense como Rusia y China, se resistirán a él.
No sería extraño que temas como el cambio climático y la pandemia se conviertan en pretextos para la intervención “humanitaria” de nuestros países. En su mínima expresión, por ejemplo, permitirá designar a países que dependen del turismo como destinos seguros o inseguros conforme la alineación ideológica de sus gobiernos. En todo caso, serán utilizados como medio de presión política y extorsión financiera con el fin de que aceptemos el endeudamiento sin límites de nuestros países “porque no queda más remedio”. En última instancia, y argumentando "por derecha o por izquierda", intervendrán en regiones enteras para "poner el orden frente al crimen organizado y la corrupción". Desde los movimientos populares de Nuestra América debemos resistir estos planes con más control directo sobre los medios de producción, más sentido común, más organización y conciencia y con mayor capacidad de desarrollar nuestras propias fuerzas productivas.