Stephen Sefton, Tortilla con Sal.
Desde al menos la guerra de Irak de 2003, la disyuntiva fundamental a la que se enfrentan las élites norteamericanas y europeas ha sido constante. Una alternativa podría haber sido aceptar una cierta pérdida de poder y control global para compartir pacíficamente la influencia global en un mundo multipolar con China, Rusia y otras potencias regionales. En cambio, las elites occidentales eligieron la otra: un esfuerzo inútil y globalmente destructivo para defender su poder y privilegios de costumbre.
Acompañando a ese abyecto y absurdo fracaso estratégico, el evidente declive de su poder en el extranjero mantiene una relación inversa con la clara y creciente represión y explotación de sus propios pueblos en casa. El lema tradicional de la política exterior y la diplomacia occidental siempre ha sido "haz lo que quiero, o ya verás...". Ahora, en el ámbito nacional, la variación subyacente, no explícita pero aún extremadamente clara, del mensaje que las elites occidentales ofrecen ahora a sus propios pueblos es "no te preocupes, nuestro sadismo es bueno para ti..."
A un gran número de personas en América del Norte y Europa se les niega una atención sanitaria adecuada, en algunos países como los EE.UU., incluso completamente. En otros países, los años de recortes en aras de la austeridad han hecho que los hospitales luchen por atender a un número de pacientes muy similar al que habrían tratado en años anteriores con poca dificultad. Financieramente, las elites corporativas norteamericanas y europeas se han convertido en los beneficiarios de otra transferencia de riqueza sin precedentes, siendo el ejemplo más ofensivo de ello la Ley CARES en los Estados Unidos.
En cambio, la actual crisis mundial, en su mayor parte autoinfligida, ha hecho que se efectúen pagos de diversa índole a un gran número de personas, muy similares a un ingreso básico universal destinado a mantener empobrecida la mayoría de la población. La narrativa oficial de la pandemia ha servido para suprimir el debate sobre la opción política mucho más equitativa y democrática que habría sido una garantía de empleo. A pesar de las afirmaciones oficiales de una pandemia mundial singularmente mortífera, los gobiernos de América del Norte y Europa no se comprometen en general a realizar una reforma radical de sus sistemas de salud pública ni a invertir para mejorarlos.
Del mismo modo, esos mismos gobiernos se niegan a cooperar internacionalmente con las otras potencias regionales para garantizar un trato equitativo a las poblaciones vulnerables de otros lugares. Los Estados Unidos y sus aliados siguen imponiendo medidas coercitivas ilegales contra los pueblos de Cuba, Venezuela, el Yemen y el Irán, por ejemplo. Incluso la diminuta Nicaragua está sujeta a medidas unilaterales ilegales similares, a pesar de que los organismos internacionales reconocen sus políticas sociales y económicas como modelos para la región. En efecto esas medidas coercitivas ilegales representan la sombra inconfundible de la decadencia imperial.
En 2008-2009, las clases dominantes de Europa y América del Norte idearon una solución profundamente desleal de su crisis económica, transfiriendo una riqueza sin precedentes, hasta entonces, de sus poblaciones a fin de rescatar a sus elites corporativas. Poco después, emprendieron una desesperada ofensiva mundial destinada a afianzar su control e influencia en algunas regiones del mundo ricas en recursos. En 2011, las potencias occidentales se aliaron con peones locales terroristas para derrocar a los legítimos gobiernos vulnerables de Libia y Costa de Marfil, los cuales se consideraron una amenaza a su control en África.
También se aliaron con diversos apoderados terroristas similares en, por ejemplo, Siria, Tailandia y Ucrania, tratando de obstaculizar las amenazas percibidas contra su control de las regiones respectivas de esos países. Esa desesperada ofensiva fracasó de diversas maneras, especialmente tal vez desde el punto de vista de la Unión Europea en relación al fenómeno de los refugiados. En todo caso, esencialmente, esos años confirmaron la disminución del poder y la influencia global de los Estados Unidos y sus aliados.
Internacionalmente, el asesinato de Qasim Soleimani puso un sello cruel, siniestro y criminal a ese declive. A nivel nacional, la breve, artificiosa y tragicómica ocupación del Capitolio de Washington el 6 de enero de este año ha servido como pretexto para que las clases dominantes de EE.UU. dejen caer sus máscaras. Ahora han reconocido a la vista de todo el mundo su bien establecida unión fascista de poder corporativo y estatal, aplicando una censura selectiva, incluso con la aprobación general de la opinión más progresista.
Durante más de 200 años, las elites estadounidenses aprendieron de sus antepasados europeos a explotar el racismo en bruto para cooptar la resistencia de clase revolucionaria. Un rasgo central de la política europea y norteamericana a lo largo del siglo XX fue la forma en que las élites gobernantes occidentales hicieron modestas concesiones socioeconómicas a cambio de la complicidad de sus pueblos en la conquista, dominación y explotación genocida del mundo mayoritario. Ahora la política de identidad impulsada por la clase dominante manipula tanto el tema del racismo como el de género para encubrir las salvajes realidades de clase de las sociedades occidentales contemporáneas. En efecto se señala que el trueque material entre las clases dominates del imperialismo y las mayorías de sus propios pueblos ha terminado.
Su reemplazo es una manipulación ideal posmoderno de identidad virtual que niega a una mayoría cada vez más empobrecida los derechos materiales básicos, a la educación, a la salud, a un empleo digno. En su lugar les promete que este sadismo económico transformará sus vidas con una virtud antirracista, equitativa en cuanto al género, alerta al cambio climático, que hará que las necesidades materiales se despreciarán como marginales y deplorables. Por aparente coincidencia, la destrucción ambiental del planeta está revelando con cada vez más urgencia los límites del crecimiento económico impulsado por el capitalismo consumista corporativo, que es lo que, hasta ahora, ha asegurado a las élites norteamericanas y europeas su dominio y riqueza .
En este mes de enero, Nicaragua conmemora al poeta nacional nicaragüense Rubén Darío, quien prácticamente por sí solo arrastró la literatura española hacia la edad moderna. La semana pasada, el Presidente Daniel Ortega señaló en un discurso a las famillais de Nicaragua el análisis que hizo Darío de cómo los EE.UU. inicialmente presentó la Doctrina Monroe como una manera de defender la integridad de las nuevas repúblicas independientes de América Latina contra la intervención europea. El Presidente Ortega también señaló cómo Darío explicaba que las élites gobernantes de EE.UU. muy rápidamente explotaron la Doctrina Monroe como un mecanismo de extorsión sistemática en todo el continente.
Del mismo modo, con referencia a Darío, Daniel Ortega también recordó que, después de todo, fueron las altamente cultas elites europeas las que inventaron e implementaron los horrores genocidas del imperialismo. Posteriormente, los imperialistas y fascistas del mundo extendieron esos horrores tanto a sus propios pueblos en Europa como a todavía más naciones del mundo. Ahora que el dominio mundial de las elites estadounidenses y sus aliados prácticamente está acabado, están imponiendo cada vez más a sus propios pueblos el choque de la conquista nacional post-imperial. Todo el tiempo le dicen a la gente en Occidente que no se preocupe, que tienen buenas intenciones, que su sadismo es lo mejor para tí.