viernes, 5 de marzo de 2021

Chávez: Tenemos que volver a cantar con él

Por Jorge Capelán
Ideario Popular.

8 años que parecen como un siglo. Un 5 de marzo del año 2013 transitaba, como se dice hoy en día, a la inmortalidad. Claro que ya se había vuelto inmortal en el corazón del pueblo mucho antes que esa fecha.

Recuerdo hacia fines de los años 70 cuando me tocó pasar por un retén del Ejército venezolano allá por el Estado Anzoátegui donde el Comandante Chávez estaba ubicado como jefe de comunicaciones de una unidad antiguerrillera. Los soldados, con cara de circunstancia, se subieron al bus con fotos de guerrilleros que andaban buscando entre los pasajeros revisándonos parsimoniosamente asiento por asiento. Después de unos minutos que se me antojaron interminables en la oscuridad de la noche selvática, los militares nos dejaron seguir viaje.

Para mí, que venía de la dictadura uruguaya, y que por escasos días me "perdí" el golpe militar del 24 de marzo de 1976 en la Argentina en el viaje hacia el exilio venezolano, la escena no dejaba de provocar lo que hoy en día se calificaría como un episodio de "disonancia cognitiva", es decir, la experiencia existencial de la contradicción entre lo que se dice que el mundo es (y que "todo mundo" da por sentado) y su verdadera (y terca) realidad.

Porque para todos los que huíamos de las dictaduras fascistas que por aquel entonces había en Chile, Argentina, Uruguay y muchos otros países del Abya Yala, Venezuela era el reino de la libertad y también el reino de la abundancia. Era el reino de una democracia de la que la mayoría de las y los venezolanos se sentían orgullosos y también el reino del "ta' barato, dame dos", es decir la consigna de los turistas venezolanos de compras en el extranjero.

Sabíamos que Caracas era un gigantesco embudo con las paredes cubiertas de ranchos - testigos elocuentes de la precaria prosperidad de aquella "Venezuela Saudita". Sabíamos también que por todos lados habían herederos del régimen de Batista que por una u otra razón preferían Venezuela a Miami, tal vez por pura nostalgia de la dictadura de Pérez Jiménez que la cultura oficial con nerviosa insistencia una y otra vez se empeñaba en recordarnos "jamás regresaría". Sabíamos que, por toda la libertad de expresión que se respiraba, era mejor mantenerse alejado de ciertos poderes fácticos de la sociedad como la trístemente célebre "petejota", la Policía Técnica Judicial.

Habíamos hablado con compañeros del MIR, del PCV, del MEP y otras organizaciones, que nos aseguraban que aunque el movimiento popular estaba débil las masas populares volverían arrulladas por las canciones de lucha de Alí Primera. La operación antiguerrillera que presencié aquella noche en el bus camino a Cumaná era un poderoso recordatorio del terror que la clase dominante en Venezuela sentía ante tal prospecto y cómo buscaba erradicar hasta el último vestigio de las guerrillas.

Lo que ni la oligarquía venezolana, ni la mayoría de nuestros amigos de izquierda, y mucho menos yo mismo podíamos sospechar es que en aquella unidad antiguerrillera había un oficial que en esos mismos momentos estaba usando esa experiencia contrainsurgente para aprender cómo liberar Venezuela y América Latina del capitalismo y el imperialismo. Ese hombre era (y todavía es, y seguirá siendo) el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías.

Cuánto le debemos a Chávez, dentro y fuera de Venezuela. Chávez supo darle una orientación revolucionaria a la más profunda crisis que la sociedad venezolana ha atravezado en su historia, pero hizo mucho más que eso. Chávez, apoyado en Bolívar y Fidel, nos proyectó hacia siglo XXI. Aprendió de lo mejor de la Revolución Cubana y de la Revolución Popular Sandinista para lanzar una propuesta desde el Abya Yala, profundamente latinoamericana, para el mundo.

A Chávez lo mataron... pero no lo pudieron matar. A Chávez no lo mató el cáncer, lo mató el imperio, pero no lo pudo matar del todo. Y como no lo pudo matar del todo, sus ideas siguen vivas. Gracias a Chávez pudimos sobrevivir el baño de acero que cayó sobre nuestros pueblos tras su paso a la inmortalidad. Sobrevivimos, Chávez sobrevivió, ahora nos toca seguir cantando, Aló Presidente, con la Espada de Bolívar, la Piedra de Fidel, el Sombrero en Alto de Sandino.

Necesitamos a Chávez sin tapabocas y sin encierro, gritando a todo pulmón: "¡Aquí huele a azufre!". Ante esta crisis civilizatoria que azota a la humanidad, necesitamos la fe de Chávez en el futuro y su amor por la vida. Viviremos y Venceremos!


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