Por Jorge Capelán.
La decisión de Nicaragua de restablecer las relaciones diplomáticas con China Popular es una movida pequeña, pero con gran significado en el tablero geopolítico que marca el fin de la hegemonía estadounidense sobre su propio patio trasero y compromete los dos pilares doctrinarios de la política exterior de la potencia anglosajona: El Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe.
El casi octogenario presidente Joe Biden, como si estuviese en piloto automático, siguió jugando la partida de go con China que le dejó su antecesor Donald Trump en esta región tan importante del mundo con apenas algún retoque retórico, pero sin hacer mayores cambios en los aspectos sustantivos y lo ha pagado con la pérdida de su ventaja estratégica. De ahora en adelante, y si ninguna de las partes comete algún error grosero, el resultado final es predecible: La pérdida del control de los Estados Unidos sobre su "Mare Nostrum" imperial. No importa con cuántas cañoneras Washington amenace, puede dar por perdida su potestad histórica sobre El Caribe.
"Nicaragua está destinada a convertirse en el eje más importante [SIC!] de la 'Franja y Ruta' a través del Pacífico y el Atlántico, un centro emergente que promueve la economía, el comercio, la tecnología y la cultura entre el este y el oeste, un faro que representa la gran amistad entre los pueblos y simboliza la búsqueda de la libertad, la prosperidad y la civilización en nombre de los pueblos del mundo, y hará una contribución indeleble al desarrollo futuro de la sociedad humana", escribió en una nota de felicitación al Gobierno de Nicaragua del propio 10 de diciembre Wang Jing, presidente ejecutivo del Grupo HKND, la empresa encargada de construir el Canal Interoceánico.
Jing, formalmente un "empresario privado chino", no hizo nada por ocultar el peso del PCCh tras sus palabras cuando escribió: "Hoy es un día memorable para la historia. Hoy es el día del triunfo para los pueblos de China y Nicaragua. Hoy también es el día del triunfo para los pueblos amantes de la paz en todo el mundo". Así no hablan los "líderes empresariales", así hablan quienes tienen tras de sí todo el respaldo del Estado.
China hoy es el segundo socio comercial de América Latina (habiendo desbancado a la Unión Europea) y la tercera fuente de inversiones extranjeras. Además mantiene su orientación productiva, en contraste con las potencias capitalistas occidentales, lastradas por una dinámica especulativa de impresión de divisas sin respaldo productivo que restringe la demanda de nuestros bienes y hace más pesadas las cadenas que nos atan al FMI. Tradicionales aliados de Estados Unidos en la región, como Chile y Perú, dependen en la actualidad del comercio y las inversiones chinas.
Con una cartera de proyectos que ronda los 94 mil millones de dólares y cientos de miles de puestos de trabajo creados, la presencia China en América Latina es mucho más poderosa de lo que jamás podrá ofrecer Estados Unidos. En Centroamérica, solo Honduras, Guatemala y Belice no han establecido relaciones con el gigante asiático. De estos, tanto Honduras como Guatemala ya han dado muestras de estar interesados en dejar de lado a Taiwán. Independientemente de su cercanía ideológica de Washington, los países de la región están abandonando al dólar --algunos de ellos literalmente, como en el caso de la apuesta de El Salvador por el bitcoin.
No hay ya un incentivo material que pueda mantener unidas a Washington a las élites centroamericanas. En este sentido, el ofrecimiento esta semana de la vicepresidenta de EEUU Kamala Harris de 1.200 millones de dólares en proyectos para Honduras, Guatemala y El Salvador con el supuesto fin de "contener a la emigración" no significa mucho: Menos de 1% del PIB de esos tres países a precios actuales. En comparación, el proyecto del Gran Canal Interoceánico de Nicaragua, por unos 50 mil millones en 5 años de construcción, generaría un considerable efecto de derrame de inversiones para el resto de los países del istmo.
Además, el mismo modelo neoliberal promovido por Washington desde los años 90 ha entrelazado productiva y comercialmente a la región. La red eléctrica de Centroamérica está interconectada y la desestabilización de cualquiera de sus países dejaría a oscuras al resto. El monocultivo impuesto por el modelo de agronegocios de Washington ha hecho a los países del denominado "triángulo norte" dependientes de las exportaciones nicaragüenses de productos agrícolas, lácteos y carne. Por Nicaragua debe pasar todo el tráfico terrestre de mercancías del istmo, y desestabilizarla significaría pedirle a buena parte de las élites centroamericanas que se hagan el harakiri.
Washington podrá comprar a políticos y ONG para que hagan de operadores de sus intereses en la región, pero lo cierto es que ha perdido las palancas económicas más importantes de su dominación. La pieza del rompecabezas que faltaba finalmente ha encajado en su lugar: Nicaragua.
Este cambio en la correlación de fuerzas geopolíticas no es solo obra de China, no se estaría dando sin procesos autóctonos de la región, y el más importante de ellos es sin duda el proceso de construcción nacional de Nicaragua, que en los últimos 14 años ha pasado por su momento de mayor éxito en 2 siglos de historia. Sin una Nicaragua fuerte y estable en términos de cohesión social, infraestructura productiva, salud, educación, vivienda, producción de alimentos, seguridad, ideología, etcétera, sería muy difícil dar un cauce constructivo a las serias contradicciones que se acumulan en una región marcada por las injusticias sociales y la depredación ambiental.
A través de una política constructiva y pragmática centrada en las inversiones productivas y la estabilidad, la Nicaragua sandinista ha sabido esquivar la trampa de la polarización imperial que en los años 80 del siglo pasado sumió a toda la región en una guerra sangrienta. A nadie, ni siquiera a las mentes más afiebradas de la ultraderecha regional, se les ocurre culpar en serio a la Nicaragua sandinista de los avances de las luchas populares en la región de los últimos años, como la victoria de LIBRE en las pasadas elecciones en Honduras o el despertar político de los pueblos originarios en Guatemala. Esos avances son responsabilidad pura y exclusiva de la lucha de los pueblos y del insostenible y corrupto modelo neoliberal impuesto a Centroamérica por los Estados Unidos.
El Comandante Daniel Ortega es un maestro de los tiempos políticos, lo que a veces exaspera a propios y extraños. Muchos amigos desde hace tiempo nos preguntaban ansiosos sobre el momento en el que Nicaragua restablecería relaciones con China han visto sus deseos cumplirse in extremis con el anuncio de la cancillería nicaragüense el pasado jueves 9 de diciembre. Sin embargo, quienes conocemos el país sabíamos que este anuncio se daría "en el momento justo".
El momento justo en este caso significaba el agotamiento de las relaciones con Taiwán. Esas relaciones fueron heredadas de la dictadura somocista que en la Taiwán de la Liga Anticomunista Internacional de la guerra fría tuvo uno de sus principales aliados. La Nicaragua revolucionaria de los años 80 cortó esas relaciones y las estableció con la China Popular, pero la derrota electoral de 1990 implicó un regreso al Gobierno de las viejas élites liberoconservadoras fieles a Washington que las devolvieron al viejo orden prerrevolucionario.
Entre 1990 y 2006 empresarios taiwaneses participaron en la explotación inmisericorde de la fuerza de trabajo nicaragüense en el sector de las maquilas, lo que fue valientemente resistido por los sindicatos. Taiwán, deseoso de mantener uno de los pocos estados en el mundo que le brindaba reconocimiento, accedió a acogerse al modelo de negociaciones laborales periódicas propuesto por el nuevo Gobierno sandinista, y a todas las ventajas que ofrecía el nuevo clima de estabilidad abierto desde el regreso del Comandante Daniel Ortega al frente del Gobierno en enero de 2007, a cambio de su participación en una serie de proyectos sociales en beneficio del pueblo.
Cuando algunos años más tarde el Gobierno de Nicaragua anuncia el proyecto de la construcción del Gran Canal Interoceánico, lo hace como un emprendimiento público-privado entre el Estado nicaragüense y una empresa "privada" china, la HKND. Esto no ponía en cuestión el status quo de las relaciones con Taiwán. Más tarde, cuando recrudecieron las agresiones estadounidenses contra Venezuela y se produjo un reflujo revolucionario en América Latina, el proyecto del canal debió ser puesto momentáneamente en stand by, aunque jamás fue abandonado por tratarse de un plan estratégico para el país y para toda la región.
Durante todos esos años la cooperación taiwanesa siguió llegando a Nicaragua, especialmente desde los sucesos de abril de 2018 cuando los Estados Unidos intentaron una fallida "revolución de colores" que fue derrotada por el pueblo y por el Frente Sandinista. El ex-embajador taiwanés Jaime Chin Mu-Wu, entregando personalmente cada semana viviendas a pobladores de los sectores populares, llegó a ser una persona muy querida del pueblo nicaragüense al punto tal de que el Gobierno tras suspender sus relaciones con Taiwán la semana pasada le otorgó la ciudadanía nicaragüense. Para los que vivimos en Nicaragua, el amor de Jaime Chin Mu-Wu hacia nuestro país es algo que está fuera de dudas.
Lo que puso el último clavo en el ataúd de las relaciones de Nicaragua con Taiwán fue el propio accionar de los Estados Unidos, tanto en sus relaciones con Nicaragua como en sus relaciones con China. Tras la estrepitosa derrota del "golpe suave" promovido por Washington contra el Gobierno sandinista en 2018, los Estados Unidos jamás fueron capaces de entender que la correlación de fuerzas a lo interno del país se volcó decidida y masivamente a favor del Frente Sandinista. Los golpistas clientes de Washington en 2018 le demostraron al pueblo que sus verdaderas intenciones eran las de saquear y luego vender el país.
Washington fue incapaz de entender que la oligarquía compradora a su servicio en Nicaragua ya no controlaba las alturas estratégicas de la economía y por eso no pudo destruirla a pesar de sus repetidos llamados a huelgas patronales que nadie obedecía. Washington no se dio cuenta de que entre 2018 y 2021 Nicaragua exitosamente sobrevivió, no solo al serio golpe económico de 2018, que implicó el cierre de una de cada 4 empresas en el país, sino también a dos huracanes desbastadores en 2019 y la pandemia de la covid en 2020, e hizo todo eso mejorando las carreteras, haciendo más hospitales y en general fortaleciendo la infraestructura social y productiva del país.
En lo político, Washington fue incapaz de tomar nota de que el Gobierno de Nicaragua estaba teniendo éxito en su política de reconciliación con los sectores que fueron manipulados para participar en el fracasado intento de golpe de 2018 y que además se fortalecía institucionalmente, adoptando una serie de normas, como la ley de agentes extranjeros y las nuevas normativas antilavado, que efectivamente blindaban al país ante cualquier intento de violar la Constitución. Por eso siguieron con el mismo fracasado guion golpista, ahora recrudeciéndolo bajo el nombre de Operación RAIN o "Responsive Assistance In Nicaragua". Sin embargo, cuando quisieron reaccionar, en el segundo trimestre de este año, ya era demasiado tarde y el Gobierno puso en prisión a unos 40 de sus operadores. Dentro de la Nicaragua real, nadie levantó un dedo en defensa de esa gente porque sencillamente no tenían ningún respaldo.
Es entonces cuando Washington pone en marcha su operativo de desprestigio contra las elecciones del 7 de noviembre de la mano de su Ministerio de Colonias, OEA, y la amenaza de aplicarle al país la Carta Democrática de la organización. Pero Nicaragua jamás se dejó amedrentar porque sabe muy bien que una cosa es lo que los gobiernos dicen en la OEA y otra muy diferente lo que están dispuestos a hacer en términos reales. Ni Chile, ni Perú, ni Colombia, ni Ecuador estarían dispuestos a abandonar sus tratados de libre comercio, ni sus relaciones en general con Nicaragua. El Gobierno Sandinista supo leer el bluf de la OEA y anunció su retiro de esa organización espuria dando así aire al discurso de México y otros gobiernos progresistas de la región que reclaman el fin de la OEA y su reemplazo por una revitalizada Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, CELAC.
El paso siguiente de Nicaragua era bastante previsible... En un artículo publicado el 15 de noviembre escribíamos: "las políticas agresivas de EEUU sobre Nicaragua tendrán algunos efectos previsibles: En primer lugar, un mayor acercamiento de Nicaragua hacia Rusia y China. Con respecto a esta última, no sería extraño que Nicaragua abandone su política de acercamiento a Taiwán".
De hecho, fueron los propios Estados Unidos los encargados de dar el paso decisivo. El recrudecimiento de las presiones estadounidenses sobre Taiwán, y su ceguera antinicaragüense, obligaron a esta a votar en contra de Nicaragua en la sesión del Banco Centroamericano de Integración Económica para decidir sobre la inauguración de su sede en Managua en una decisión abiertamente política usando como excusa las acusaciones de Estados Unidos sobre las elecciones del 7 de noviembre. Esta politización del BCIE, un banco regional en cuya directiva no están los Estados Unidos y que hasta ese momento había prestado dinero a una Nicaragua que era y es puntual pagadora con niveles de ejecución presupuestaria muchísimo más altos que los de cualquiera de sus vecinos, no se podía tolerar.
Semejante injerencismo fue respondido por Managua con una carga de profundidad que vino a hacer saltar por los aires, tanto la fragilidad diplomática de Taiwán como los discursos falsamente democráticos de los hipócritas políticos centroamericanos. Convertir al BCIE en un instrumento geopolítico de Estados Unidos para perjudicar a Nicaragua es una empresa destinada al fracaso... y a perjudicar las fuentes de financiamiento de sus propios gobiernos.
Con un escueto comunicado estableciendo que Nicaragua de ahora en adelante solo reconocería la existencia de "una sola China", la República Popular, la cancillería nicaragüense hirió de muerte a la hipocresía regional, porque todo el mundo en Centroamérica sabe el tipo de socio privilegiado que será del gigante asiático y también todo el mundo sabe qué superficiales pueden ser las loas de sus políticos derechistas a los Estados Unidos ante las masivas inversiones chinas.
Apenas 14 Estados reconocen a Taiwán en el mundo. En Centroamérica solo quedan tres que tal vez pronto sean nada más que dos si Honduras se suma a la decisión de Nicaragua. En el Caribe solo quedan San Cristóbal y Nieves, Haití, Santa Lucía y San Vicente y Las Granadinas. De estos, los tres últimos tienen diversos grados de vinculación al ALBA, aliada de China Popular y no sería nada extraño verlos cambiar de alianzas en los próximos años.
Para nadie es un secreto que un futuro Canal Interoceánico a través de Nicaragua fortalecerá tanto a Cuba como a Venezuela y les permitirá evadir el bloqueo estadounidense. Las placas tectónicas de la geopolítica ya están en movimiento y unos Estados Unidos dominados por los intereses financieros y especuladores no parecen ser capaces de revertir el curso de los acontecimientos.