Por Jorge Capelán.
¿Qué implicaciones tiene para nuestra región la actual "cuasi-guerra" entre Rusia y la OTAN sobre Ucrania? Para esbozar una respuesta a esta pregunta debemos primero caracterizar la naturaleza de los intereses en pugna.
En primer lugar, partimos de que existe un bloque imperialista occidental (Canadá, Reino Unido, Europa Occidental, Australia, Japón...) bajo la hegemonía de los Estados Unidos, dispuesto a mantener a toda costa el orden establecido a raíz de la colonización europea del mundo en el siglo XV. Es un bloque imperialista porque su lógica económica y geopolítica se basa en el control monopólico de los mercados y la sumisión de los países a base de su endeudamiento y de las intervenciones militares.
Este bloque imperialista trata de impedir el surgimiento de un orden multipolar y su pérdida de hegemonía ante una constelación de potencias emergentes con Rusia y China a la cabeza. Es de hacer notar la beligerancia en esta confrontación de la India, el (por poco margen) segundo país más poblado del planeta. También es importante hacer notar que ni China ni Rusia basan sus relaciones internacionales, tanto en lo político-militar como en lo económico, en la imposición ni la conquista, sino en propuestas a menudo catalogadas como "ganar-ganar", basadas en el beneficio mutuo y el desarrollo de la actividad productiva. El tema de China con respecto a Taiwán obedece a una cuestión netamente nacional de la primera y las situaciones de Rusia en Ucrania, Crimea y otros países de su entorno también, ambas agudizadas por las políticas agresivas de la OTAN. Ni China ni Rusia han invadido a nadie para imponerle su "estilo de vida" tal y como Occidente históricamente lo ha hecho a lo largo y ancho del mundo.
Independientemente de la opinión que se pueda tener sobre China y Rusia, sus lógicas geopolíticas y económicas están basadas en sus respectivos desarrollos nacionales en el contexto de un nuevo mundo de relaciones multipolares en el que es necesario alcanzar acuerdos con otras entidades soberanas. La razón de la diferencia cualitativa entre el bloque imperialista y potencias como China y Rusia radica en que en esos países el poder político controla al poder financiero, mientras que en las potencias occidentales, el poder y los intereses financieros dominan, tanto a las otras ramas de la economía como al poder político y militar. Mientras que en Rusia y China el poder controla a la banca, en Occidente la banca controla al poder.
Es importante señalar que en la confrontación en curso, el interés de Occidente no se basa en conquistar la supremacía económica sobre las potencias emergentes, sino en el mantenimiento de sus privilegios centenarios a nivel global. El capitalismo corporativo-financiero occidental lleva décadas enfrentándose a una caída tendencial de la tasa de ganancia que es imposible remontar en economías totalmente financiarizadas. Esa tendencia se agudizó con la crisis financiera del año 2008-2009 y conduce al mundo a un largo período de depresión económica. Es más, "Occidente" necesita de esa depresión para mantener su dominación a nivel global, ya que no es el bienestar de su población lo que persigue sino el mantenimiento de los privilegios de una élite que representa a menos del 0.001% de la población mundial.
El contraste no puede ser más evidente entre una China que con su crecimiento económico se esfuerza por sacar a la economía mundial de la recesión, una Rusia que no se doblega ante las sanciones occidentales a las que ha venido siendo sometida desde hace años y que no han podido impedir que salga de la terrible destrucción causada por las políticas neoliberales de los años 90, y unas potencias occidentales que funcionan en modo robot, reaccionando ante la crisis con más creación de dinero sin base productiva y más privilegios para sus corporaciones financiarizadas.
El proyecto actual de las élites occidentales es el de imponer una dictadura global de sus corporaciones destruyendo la economía mundial y monopolizando los escombros que de ella queden. Su intento es el de destruir a China y a Rusia y desposeer a cualquier bolsón de desarrollo soberano en cualquier rincón del mundo. Como hace no mucho uno de los magnates más ricos de occidente dijo: En el mundo solo deberían quedar unos 100 mil habitantes y el resto debería vivir en colonias en el espacio. Lo que realmente quiso decir es que la inmensa mayoría de los seres humanos en el planeta está de sobra. En una asombrosa maniobra ideológica, las actuales élites demócratas en el poder en los Estados Unidos (así como sus enemigos del trumpismo republicano) tratan de vender las políticas de impresión masiva de dinero sin respaldo productivo como "socialismo" y "progresismo" ("teoría monetaria moderna") cuando en realidad solo están destinadas a aumentar la desposesión de los sectores populares.
En este sentido, la coyuntura de la "pandemia" de la Covid ha significado el avance de los monopolios corporativos occidentales a nivel global y la destrucción de las economías campesinas y soberanas a lo largo y ancho del globo, imponiendo severos aumentos del gasto público con efectos paradójicamente contraproducentes para la salud pública en todo el planeta. Ha sido el mayor traspaso de riqueza de los pobres a las élites y el mayor endeudamiento masivo de los países de toda la historia de la humanidad.
El intento de golpe político-económico global que ha venido significando "la pandemia" ha tenido efectos a favor de las élites occidentales, pero no todos los que ambicionan. Ya vendrán otras "pandemias" y "catástrofes" en el futuro, y la actual coyuntura de guerra con Rusia es un mojón más en su proyecto de acabar con la visión "progresista" e "iluminada" del mundo que una vez dijeron encarnar. Quieren condicionar a la población mundial para que se acostumbre a un estado permanente de guerra. Recordemos que las generaciones que hoy alcanzan la mayoría de edad en el planeta jamás han experimentado una vida con las libertades que existían antes del 11 de septiembre de 2001. No debemos esperar que precios más altos de los combustibles y los alimentos, o el aumento de la inflación, vayan a hacer cambiar el guion occidental: destruir las economías es precisamente lo que buscan.
El panorama que acabamos de esbozar tiene varias implicaciones para nuestra región. ¿Qué podemos esperar, y qué debemos hacer, en el Abya Yala?
Primero, debemos partir de que no podemos tener ninguna esperanza en que los Estados Unidos vayan a ofrecernos un "nuevo trato". Eso no forma parte de su ADN imperial. Lo único que el imperio puede ofrecer a nuestros pueblos es más sumisión, su economía financiarizada no puede ofrecernos un Plan Marshall (que de hecho, tampoco fue la medicina milagrosa para la Europa de posguerra que quieren hacernos creer). Muy importante para nuestros pueblos es el que surjan divisiones al seno del campo imperialista (por ejemplo, entre los Estados Unidos y la Unión Europea). Por el momento, el "atlantismo" ejerce una influencia poderosísima en el campo occidental, pero eso podría cambiar. En todo caso, nuestro horizonte debe estar puesto, no en lo que hagan otros actores, sino en los procesos de acumulación endógenos (económicos, políticos y culturales) que logremos construir en el complejo contexto mundial en el que nos encontramos.
Segundo, e independientemente de los vientos de guerra que soplan, los Estados Unidos no pueden confiar en la lealtad ciega de sus élites tradicionalmente cipayas. El círculo de clientes a los que puede sobornar en cualquiera de nuestros países se hace más pequeño con cada día que pasa, y los incentivos para "hacer negocios" con cualquier actor extrarregional al alcance de las élites criollas será aprovechado, venga de donde venga. De ahí surge el universo de los Bukeles y los Bolsonaros de nuestra geografía política actual. No son élites que piensen en el bienestar de los pueblos, y ni siquiera en el "engrandecimiento de la nación", sino más bien en el de sus riquezas personales, pero en todo caso son y serán cada vez más señalados como "enemigos" por "occidente". Un caso concreto es el de Centroamérica, donde los Estados Unidos no confían en prácticamente ningún gobierno, a pesar de que solo los de Nicaragua y Honduras son de izquierda.
Tercero, si bien el neoliberalismo está muy desprestigiado y la inconformidad y las frustraciones con el estado de cosas están a la orden del día, las debilidades políticas de la izquierda son evidentes. Es muy difícil para los gobiernos progresistas o revolucionarios cambiar un entramado de relaciones nacionales, regionales e internacionales de poder construido para desvirtuar la voluntad democrática de los pueblos. Tenemos casos de gobiernos que han ganado elecciones con agendas populares y antineoliberales que se encuentran imposibilitados de materializarlas porque son rehenes de los "poderes fácticos" y el entramado corrupto de la mal llamada democracia neoliberal.
Por un lado tenemos movimientos sociales muy beligerantes, pero no siempre conscientes de las luchas de poder más amplias a nivel global, mientras que los partidos han tendido a supeditar la lógica de la maquinaria (electoral, propagandística, superestructural) a la lógica de las situaciones concretas de los sujetos sociales. En condiciones en las que el imperio occidental por un lado difunde peligrosas ilusiones reformistas de "socialismos" basados en la emisión de dinero sin valor y por otra agresivamente promueve agendas sectarias que absolutizan demandas parciales de determinados grupos siempre y cuando estas imposibiliten cambios efectivos a favor de los pueblos se vuelve un imperativo el reconectar ambas dimensiones. No es posible que cuestiones tan urgentes como la reforma agraria todavía sean metas lejanas, incluso abandonadas, en muchos países del Abya Yala, a pesar de que temas como la soberanía alimentaria sean de acuciante actualidad. El empoderamiento formal sin poder real son recetas para la decepción y la pasivización, que es lo que persigue el imperio.
Es imprescindible que sepamos categorizar la actual coyuntura histórica, que no solo es la del surgimiento de un nuevo orden multipolar, sino también el de una crisis civilizatoria, la crisis de una hegemonía occidental de cinco siglos y de la cual "la izquierda" es también un producto. Lo que está en crisis terminal es la modernidad como tal, con todos sus conceptos como el "progreso", la "ciencia", la "democracia", los "derechos humanos", etcétera, etcétera. Todas esas categorías han sido subvertidas, resignificadas y corrompidas por el imperio occidental que las creó. No nos equivoquemos, los pueblos del mundo, los "condenados de la tierra", necesitan de una modernidad, pero deben construirla ellos mismos, desde abajo, con identidades, con amor a la madre tierra y a la humanidad, una verdadera "creación heroica", como la denominaba Mariátegui. Desgraciadamente, los prejuicios del modernismo en su versión decadente, occidental, todavía tienen bastante influencia entre nuestros movimientos del Abya Yala en todos los sectores.
Hay una izquierda que muere. Es la izquierda occidental, la que hoy nos quiere vender como espejitos de colores el endeudamiento de nuestros países, la multiplicación del dinero con cada vez menor creación de valor y las políticas de la identidad sin poder real sobre las condiciones de vida. Es la izquierda ejemplificada por intelectuales como Noam Chomsky, que hace unos meses renegó de sus ideas libertarias y abogó por privar de sus derechos humanos más básicos a todos aquellos que se negasen a ponerse las inyecciones experimentales de Pfizer, y que hace apenas unas semanas abiertamente apoyó a la OTAN contra Rusia en Ucrania con el manido cuento de "oponerse a la guerra venga de donde venga".
Pero hay otra izquierda que nace, ya que si desapareciera el ideal de una sociedad hecha a la medida de lo mejor del ser humano, habría que inventarlo de nuevo. El socialismo no es solo un producto del liberalismo occidental. En el Abya Yala tiene raíces muy anteriores a la colonización europea. Tenemos toda una historia por descubrir en ese sentido. Tenemos nuestro Norte, es decir nuestro Sur: El Buen Vivir. Tenemos que deconstruir las versiones europeas de lo que somos y construir las nuestras, no para buscar un pasado puro y mítico, sino para construir un presente y un futuro en el que quepamos todos y todas, no solo en el Abya Yala, sino en toda la Pacha Mama. Tenemos que ir más allá del criollismo y abrazar nuestras raíces profundas. "Construcción heroica", diría Mariátegui. "Todos los pueblos del mundo deben unirse por lo más sagrado, la libertad", diría el Che. Las tres R", diría Chávez. "Volveré y seré millones", dijo Túpac Amaru II.
Semanario Ideas y Debate No. 84.
Centro de Estudios del Desarrollo
Padre Miguel D'Escoto Brockmann.
UNAN-Managua.
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