Por Mónica Saiz Donato, PortalALBA.
Estados Unidos ha provocado el rechazo de los gobiernos de la región por su intento de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas. Es la mayor confrontación pública desde la IV Cumbre, realizada en Mar del Plata, Argentina, cuando enterramos el ALCA.
En sus más de ciento cincuenta años de potencia expansionista, hegemónica e imperialista, Estados Unidos ha llegado a controlar a tal punto a los gobiernos de la región, que se daba el lujo de imponer condiciones, sin respetar ni la legalidad, ni las formas.
En todos estos años, hubo períodos de mayor agitación social y lucha de clases, movimientos de liberación nacional en distintas épocas y lugares enfrentaron el mandato del todopoderoso, pero finalmente, terminaban quedando aislados y en minoría.
Sin embargo, llegó un momento estelar para los pueblos, podríamos decir que fue en la Cumbre de Mar del Plata, en noviembre de 2005, cuando se dio en su máximo esplendor, la coordinación de las fuerzas populares, con el liderazgo de Lula, Chávez, Kirchner, Tabaré Vásquez y Evo, que todavía no era presidente pero acompañaba.
Así fue cómo se produjo la derrota del más ambicioso proyecto de libre comercio regional: el ALCA. “Al carajo el Alca” fue la consigna de Chávez, en la tribuna popular. Y Kirchner, en plena cumbre, les dijo a los yanquis que no iba a aceptar que nos vinieran a patotear.
Con esta misma fórmula, se derrumbó la histórica exclusión de Cuba de estas cumbres, que estuvo presente con su líder Raúl Castro en la VII Cumbre de las Américas en Panamá (2015).
Con sus idas y vueltas, esta época de insurrección, de ofensiva popular todavía está en pie. Y eso se hace evidente hoy, cuando los gobiernos de Nuestra América se levantan para exigir a Estados Unidos que no excluya a Venezuela, Cuba y Nicaragua de la convocatoria a la IX Cumbre de las Américas, que debe llevarse a cabo en la ciudad estadounidense de Los Ángeles el próximo 8 al 10 de junio.
Desde la Segunda Guerra Mundial hasta los sucesos de la Cumbre de Mar del Plata, Estados Unidos había logrado mantener un control total de lo que con soberbia denominan su “patio trasero”. Menudo “patio trasero” de 21 millones de kilómetros cuadrados de superficie terrestre y los casi 700 millones de habitantes que somos. Sin embargo, todo ese poder que tenemos, se reduce a la nada debido a nuestra fragmentación. Justamente, por eso es que Estados Unidos ha podido durante tanto tiempo sostener la dominación política, económica y cultural de la región, contando con la OEA como ministerio de las Colonias y usando a su red de embajadores estadounidenses, prácticamente como como si fueran cónsules del imperio romano.
Pero ahora tenemos otro panorama. Las circunstancias actuales son para tomar nota. Para nadie es secreto que a principios del Siglo XIX comenzó un renacimiento de las ideas populares, socialistas, progresistas y bolivarianas. También es cierto que en los últimos años hemos padecido una nueva oleada neoliberal, de derecha, proimperialista –como se guste en llamarla–, tras una serie de acontecimientos adversos para los pueblos como fue la pérdida física de los Hugo Chávez, Fidel Castro y Néstor Kirchner; los golpes de Estado en Paraguay, Honduras, Brasil y Bolivia; los efectos de la guerra judicial contra Correa, Cristina y Lula, entre otros.
En ese contexto, Estados Unidos desarrolló su mayor grado de agresividad contra Venezuela, Cuba y Nicaragua, al punto de generar condiciones de bloqueo económico y desestabilización interna. Esto lo hizo con el acompañamiento de la OEA y de los países que se iban sumando al bloque neoliberal, a través –fundamentalmente– del Grupo de Lima.
No fue menor el ensañamiento con Bolivia, donde se produjo un golpe de Estado que logró derrocar a Evo Morales e instaurar una breve pero cruenta y expoliadora dictadura. Queda claro, que en la mira estaban y siguen estando los países del ALBA, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, países que han declarado su voluntad de construir la Patria Grande desde los pueblos y con una perspectiva abiertamente socialista.
Pero la cosa no les está funcionando tan fácil como pensaban. Hoy, México da una nueva campanada, levantando la dignidad de Nuestra América, ante el burdo intento de exclusión de los países “malditos” para el imperialismo yanqui.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, hablando pausado y firme, dice las cosas como son, con él hablan Villa, Juárez, Zapata, Cárdenas, su voz que nace de las entrañas del México profundo en el marco del proceso de la cuarta transformación histórica.
El Caricom también habló en todos sus idiomas y sin distinción de ideologías, haciendo honor a la solidaridad incondicional recibida por Venezuela, Cuba y el Alba, con la dignidad que los engrandece.
Luis Arce, haciendo lo suyo, planteó que no participaría en una cita excluyente. Bolivia todavía tiene que restañar las heridas del golpe de la OEA y, por supuesto, su deber era manifestarse solidaria con los hermanos países del ALBA. Actúa en consecuencia con sus raíces y su proyecto histórico.
Qué decir de Xiomara Castro, que habiendo asumido recientemente las riendas de un país acosado por la violencia y condicionado gravemente por la crisis económica, hubiera tenido un millón de posibles excusas para quedarse callada, pero no. Ella también levanta la voz con entereza, encarnando el legado morazanista. Si se sostiene la exclusión, tampoco asistirá a la Cumbre.
Sumando todos estos países, si el gobierno de Biden no retrocede, tendría que realizar una Cumbre, con solo la mitad de los mandatarios continente, casi.
Adicionalmente, el gobierno de Argentina, desde Alemania, con el presidente Alberto Fernández, en su carácter de Presidente Pro Témpore de la CELAC, exige que no haya exclusiones.
Hasta China se mete en el juego, criticando la política estadounidense de exclusión en la Cumbre de las Américas.
Las miradas se posan en la región, analistas internacionales, protagonistas políticos y económicos deben estar sacando cuentas.
A estas alturas, la partida de la IX Cumbre de las Américas, ya fue perdida simbólicamente por los Estados Unidos. ¿Qué pasará? Lo más lógico es que acepte las condiciones que impusieron los protagonistas latinoamericanos y busque una salida decorosa (mitigando los daños, como se dice).
Sin embargo, todo es nuevo e imprevisible en un momento en el que se juega la supervivencia de la hegemonía mundial estadounidense o su declive.
En realidad, a estas alturas, parecería que lo que está en juego no es si Estados Unidos cae o no como primera potencia mundial, sino la forma en que va a dejar su puesto. Si se va a desmoronar violentamente, generando guerras, dolor y muerte en su caída; o bien, si se resigna a aceptar su declive de manera respetuosa, apostando a funcionar como una potencia importante dentro del mundo multipolar, aunque no más como el amo y señor del mundo.
Por nuestra parte, nos toca seguir profundizando las herramientas de unión que hemos sabido construir, sin la injerencia de Estados Unidos y su alfil canadiense.
En un futuro, ojalá cercano, quizás la Cumbre de las Américas sea un mal recuerdo y todos estemos hablando de lo que pasa en la CELAC, Unasur y el ALBA.
Y cuando realmente tengamos fuerza y estemos en igualdad de condiciones, podremos sentarnos a un diálogo entre el Norte y Sur. Después de todo tenemos algunas materias pendientes: la reparación histórica por golpes de estado, genocidios, magnicidios e invasiones estadounidenses; la investigación y por crímenes de guerra y violaciones a los derechos humanos, tales como el apoyo de Estados Unidos a los ingleses en Malvinas, los crímenes en Guantánamo, o la invasión a República Dominicana y a Panamá, entre otros; un juicio a las deudas externas ilegales y fraudulentas; un juicio a los daños sociales y ecológicos realizados por transnacionales estadounidenses y canadienses en la región; una investigación sobre la participación de agencias federales en el contrabando de armas y estupefacientes; una reparación sobre violaciones de derechos humanos a migrantes latinoamericanos en Estados Unidos.
Y podría continuar con un largo etcétera, que sería fundamental para sanar heridas, hacer justicia y empezar, por fin, a tratarnos de igual a igual.
Fuente: Portal Alba www.portalalba.org