jueves, 5 de septiembre de 2019

Calumnias verdes - de Nicaragua a Bolivia



Stephen Sefton, Tortilla con Sal.

En un sentido, la categórica mala fe en la cobertura de asuntos exteriores por los medios de comunicación occidentales corresponde a la creciente desesperación de las élites norteamericanas y europeas provocado por el declive de su poder e influencia global. También señala otra crisis más del crecimiento económico capitalista. Después de 1945, Norteamérica y Europa Occidental basaron su imperialismo genocida en un pacto social que prometía prosperidad a sus pueblos a cambio de su connivencia en la agresión militar imperialista y los crímenes neocoloniales en el extranjero. Ese sistema funcionó con éxito basado en la ficción neocolonial de que los gobiernos y las sociedades occidentales promueven la libertad, la justicia y la democracia en todo el mundo, cuando de hecho hacen todo lo contrario.
Ahora, el estancamiento y la recesión en Estados Unidos y sus países aliados exigen nuevas dimensiones a la interminable guerra psicológica necesaria para sostener la ficción neocolonial fundamental. La guerra psicológica en Norteamérica y Europa trabaja para crear falsas creencias duraderas que generan, con el tiempo, permanentes falsas memorias, todas ellas al servicio de la manipulación imperialista de las élites occidentales. Por ese motivo las autoridades de Suecia, Gran Bretaña y las élites estadounidenses han sido tan vengativas y crueles con Julian Assange, entre otras innumerables víctimas menos conocidas. Cualquiera que exponga efectivamente la gran mentira neocolonial se encuentra con la venganza sádica de las élites a las que desafiaron.
Una dimensión fundamental de la guerra psicológica contemporánea ha sido la cooptación corporativa con doble propósito de las organizaciones no gubernamentales. En esa dimensión de la guerra psicológica, las ONG sirven tanto como socios de desinformación con los medios de comunicación occidentales y también como falsos interlocutores en los foros e instituciones internacionales, donde atacan a los gobiernos que desafian a las élites estadounidenses y a sus aliados. Las ONG sirven para subvertir activamente a los gobiernos dentro de los países que desafían a Occidente, por ejemplo, en América Latina, Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Pero también pervierten el debido proceso en instituciones como la ONU, cuando se hacen pasar por “sociedad civil” cuando de hecho sirven a los imperativos corporativos de la élite occidental, por ejemplo en los mecanismos y foros internacionales de derechos humanos y ambientales.
Entre estas ONG figuran organizaciones de derechos humanos de alto perfil como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la Federación Internacional de Derechos Humanos y Avaaz, junto con organizaciones medioambientales como 350.org y el World Resource Institute o Global Witness y Greenpeace. Se ha desarrollado una interrelación cada vez mayor entre la financiación de las ONG corporativas y la explotación de la voluntad general de la gente de ofrecerse como voluntarios y apoyar causas aparentemente buenas. Símbolo de esto es la forma en que personas que participan en el Foro Económico Mundial como Kumi Naidoo se mueven fácilmente entre la alta gerencia de una ONG a otra, en el caso de Naidoo, de Greenpeace a Amnistía Internacional. Desde Libia y Siria hasta Venezuela y Nicaragua, Amnistía Internacional ha desempeñado un papel clave utilizando informes falsos para satanizar a los gobiernos que se resisten a Estados Unidos y sus aliados.
Como ha señalado Cory Morningstar, Greenpeace es un actor clave en la promoción del “Un Nuevo Pacto con la Naturaleza” (New Deal for Nature), impulsado por las grandes corporaciones transnacionales y dirigido extraer al máximo todo el valor financiero de lo que queda del mundo natural, especialmente su biodiversidad, como forma de fomentar una "Cuarta Revolución Industrial". La avaricia corporativa occidental subyace en los patrones de tergiversación de los medios de comunicación y de las ONG que son idénticos en todas las ofensivas de cambio de régimen, por ejemplo, contra Libia y Siria, o contra Venezuela y Nicaragua. En este momento, ese mismo patrón de manipulación de los medios de comunicación y de las ONG se ve claramente en la preparación de una intervención para evitar que Evo Morales sea reelegido como Presidente de Bolivia.
Bruno Sgarzini y Wyatt Reed han señalado cómo los medios de comunicación y las ONG occidentales han atacado falsamente a Evo Morales culpándolo de no controlar los incendios en la Amazonía boliviana. Esto es exactamente lo que sucedió en Nicaragua inmediatamente antes del intento de golpe de estado en 2018, cuando las autoridades nicaragüenses estaban combatiendo un incendio en la Reserva Biológica Indio Maíz. Ese episodio engañó la opinión pública nicaragüense y puso en marcha redes sociales en las que participaron miles de jóvenes activistas entrenados para ese propósito durante varios años con fondos del gobierno de Estados Unidos y también de Europa. A mediados de abril de 2018, apenas una semana después de que se extinguiera el incendio del Indio Maiz, esas redes lanzaron un bombardeo súbito de mentiras e inventos en los medios sociales que marcaron el inicio del intento de golpe de estado contra el gobierno de Nicaragua. Un proceso prácticamente idéntico está en marcha en Bolivia, que celebra elecciones presidenciales el próximo 20 de octubre.
El momento de los incendios en la Amazonía boliviana es extremadamente propicio desde la perspectiva de las autoridades estadounidenses y sus aliados. Se requiere casi dos meses antes de que los efectos se desvanezcan del bitzkrieg inicial de la guerra psicológica del tipo que se libró contra Nicaragua en 2018 y contra el Partido de los Trabajadores de Brasil como parte de la exitosa campaña electoral de Jair Bolsonaro ese mismo año. Es casi seguro que Bolivia experimentará el mismo tipo de asalto de la guerra psicológica a través de los medios de comunicación y redes sociales antes de las elecciones de octubre. La campaña será programada para optimizar el efecto de las falsas acusaciones masivas de irregularidades y corrupción en el gobierno, junto con falsas acusaciones de los medios de comunicación y de las ONG sobre una represión de las fuerzas de seguridad. Es probable que las y los activistas de la oposición exploten las manifestaciones pacíficas sobre temas de los pueblos indígenas y cuestiones ambientales para cometer provocaciones asesinas, como hicieron en Nicaragua y Venezuela.
Es casi seguro que todas estas tácticas se desplegarán contra Bolivia para destruir el prestigio y los altos niveles de apoyo que tiene el Presidente Evo Moralesen este momento. En Bolivia, al igual que en Nicaragua y Venezuela, el movimiento político progresista gobernante goza de un apoyo electoral duro de entre el 35 y el 40%, mientras que la oposición de derecha tiene entre el 25% y el 30% y el 40% de los votantes no se han comprometido. Las élites occidentales saben que es necesario motivar a algo más de la mitad de esos votantes no comprometidos contra Evo Morales para lograr un gobierno de derechas que tanto necesitan en Bolivia para intentar reparar la debacle absoluta del gobierno derechista de Mauricio Macri en Argentina.
La intensidad de una eventual campaña de los medios de comunicación occidentales y de las ONG contra Morales probablemente alcanzará niveles similares a los de sus cínicas campañas de mentiras y difamación contra Venezuela y Nicaragua. Si esa ofensiva sigue adelante, como parece probable, la diferencia será que esta vez Evo Morales y su equipo estarán alertas y que no sean tomados por sorpresa de la misma manera brutal y repentina con que las autoridades nicaragüenses fueron atacadas en abril de 2018. Una posible variación en el caso de Bolivia será un mayor perfil de las ONG ambientalistas trabajando juntos con sus contrapartes de derechos humanos, alimentando falsedades y mentiras descaradas en los medios de comunicación occidentales. Para las élites de EE.UU. y de la Unión Europea, los intereses geopolíticos regionales son lo suficientemente altos como para hacer un ataque a Bolivia imperativo.

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